jueves, 23 de octubre de 2008

capítulo vigesimoséptimo: ciudadano cero y petoulqui jacobo en el walhalla


"Negro es el color

Silencio es el sonido

Cero es el número cuando mueres."


Greg Stephens, "Cuélgate boca abajo y muere" (obra estrenada en el Teatro Playhouse, en febrero de 1964, como parte del teatro-club experimental de la Universidad de Oxford).



(El epígrafre lo he colocado porque me pareció un párrafo interesante. Lo encontré, justamente como epígrafe de un librejo, escrito por una tal Joan Fleming, que no Ian Fleming. No hay libro policíaco que buena cita no aporte, aún cuando se la haya sacado de una obra experimental de Oxford.)

Peto iba tarde (qué raro), había pedido 30 minutos de gracia y, según él creía, ya habían pasado 45. El bus parecía no querer avanzar. En realidad, era el tráfico en general el que no avanzaba, así que motivado por el desvío tomado por el trucutú de turno, Peto saltó de la unidad y comenzó a avanzar amenazadoramente entre los demás transeúntes (palabra que ahora se me ha hecho bastante rara), sobre la octava calle en dirección al Portal del Comercio, y específicamente hacia el famoso, célebre y carísimo Portalito (que como dijera Luisito, no compensa sus precios con sus servicios sanitarios y viceversa. Pero sí con el buen servicio, agrego yo).

La misión era encontrar al Ciudadano Cero, personaje a quien Peto conocía únicamente por sus textos y por su voz en conversaciones telefónicas. De repente, el Cero no es el primer bloguero a quien Peto conoce en persona, ni Peto el primero a quien conoce Cero, pero Peto reconoce que el Cero es el bloguero número cero a quien conoce. Ya ven, hay que reconocer que el Cero está fuera del tiempo y el espacio, en un plano que pareciera de la Cuarta Dimensión o algo similar (y por supuesto que ya hablaremos de la Cuarta Dimensión... pero será en otra ocasión).

El Peto, atrasado como iba, con su pinta de energúmeno mezclada con raíz cuadrada (eso es radical cuadrado, y no porque cultive su físico ni mucho menos), esperaba, asimismo, que fuera el Cero quien lo reconociera. A fin de cuentas, hay que aceptar que el Peto es, al menos, un poco despistado, mal fisonomista (diría Lusifergua), y era más fácil que Cero distinguiera los lentes y la chumpita verde desteñido petoulquiana. Y así fue.

Repentinamente, Cero y Peto se saludaron y buscaron una mesa. Encontraron un apartado que no tenía nada de lo dicho, pues colindaba con las mesitas de unos ruidosos jovencitos, quienes a su vez eran acallados por las intensas y bellas notas musicales de la marimba pura del local. El humo de los cigarrillos daba la sensación de una cámara de gas, pero el Peto está acostumbrado a esto y más.

Sirvieron el primer pichel de cerveza, clara porque el Peto quisquilloso tiene predilección por "su nena rubia, ¡qué bellos recuerdos!", etc., y se pusieron a platicar sobre la blogósfera. A fin de cuentas, de qué más iban a platicar. Pues claro, de otras cosas que no voy a escribir aquí, ya fue suficiente con ese emo que logró ingresar a la base de datos y consiguió las identidades secretas de todos los bloggers y amenazó con revelarlas (¿no es cierto, Cero?).

Habiendo comenzado el festín con toda clase de boquitas chapinas que el Peto se comió sin chistar y con varios litros encima (creo que eran dos, pero dos son más que uno), los compañeros de armas decidieron que había llegado el momento de reclamar su sitial de honor en la Mansión de los Aces, así que sin esperar el rescate de una Valkiria, se dirigieron ellos mismos al tal Walhalla, el cual irónicamente no se encuentra en la cima de una montaña sino en una especie de inframundo, creo que le llaman "planta baja", creo...

Y ahí terminó la esperada reunión Cero-Peto, el encuentro bohemio-gastronómico-marimbo-literario, PETOULQUI-CERO.

Luego, el Peto bien borracho (y muy poco bebido, el alcoholismo es atroz), se despidió de Cero, quien abordó un taxi en la quinta avenida, frente a ese edificio-estacionamiento del cual no recuerdo el nombre (¿Torre de estacionamiento? a saber...). Y ya sabemos que al Peto le encanta caminar, y borracho no digamos, de manera que como tenía que ir a Guatemala Musical a documentar un concierto de marimba orquesta, inició su periplo (porque regresó al punto de partida, eso es a su casa, pero un poco más tardecito), pasó por el parque Enrique Gómez Carrillo, antes Concordia, se tomó dos cafés callejeros con un mollete, se puso tan cargante que los que vendían el café lo dejaron hablando solo (bolo necio, a fin de cuentas), negoció su peaje con uno de los "amos" del parque, lo hizo reir, siguió su camino, subió a la tercera avenida, pasó por Don Bosco, avanzó por la avenida Bolívar, se sentó un ratito, bla, bla, bla, bla...



1 comentario:

Anónimo dijo...

jajá que cague de risa vos. Estuvo buena la tarde, hay que repetirla y animar a otros compadres a una tarde rock. jajá. Saludos don Peto y buena onda por recordar gratos momentos y memorables en al vida de los bloguers ah y escritores que tal.