sábado, 18 de julio de 2015

cita petoulquiana: si ayer su paso no fue feliz, ¿qué tal hoy?

Vampiros y castillos. Su paso por la literatura no ha sido feliz; recordemos a Drácula de Bram Stoker (presidente de la Sociedad Filosófica y campeón de atletismo de la universidad de Dublín),  a Mrs. Amworth, de Benson. No figuran en esta antología.

(En 1940, Adolfo Bioy Casares escribió lo anterior en el prólogo de la Antología de la literatura fantástica que armaron con Borges y Silvina Ocampo. Imagínense si hubiera conocido a Los Cullen. O quizás Bioy tenía la visión de Casandra y nadie lo escuchó, y ya ven lo que ha pasado)

Borges, Jorge Luis. Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Antología de la literatura fantástica. Editorial Sudamericana. Duodécima edición. Buenos Aires, Argentina; 1996. p. 11

viernes, 26 de junio de 2015

capítulo octogésimo: ¿tiene tiempo para quedarse?

¿Tiene tiempo para quedarse?, preguntó ella. Sí, no tengo reloj, respondió él. Es que hacía unos días que había extraviado el teléfono celular, o se lo habían hurtado en el bus lleno de gente en el que viajaba; no estaba seguro. Seguía preguntándose si lo había dejado caer.

Y cuando ella le preguntó cuánto tiempo llevaba esperándola en aquella sala oscura y solitaria, él no supo responderlo, porque no lo sabía. 

Ya llevaba varios días con esa sensación rara de no saber la hora, algo difícil para quien siempre va tarde.

Y la espera en esa sala fue de lo más raro. Estaba y no estaba solo. 

Cuando la empleada doméstica, quien la primera vez no lo dejó entrar, en esta segunda ocasión lo guió a la sala y le ofreció algo de tomar (¿té o café?), él por supuesto pidió un café.

Al ser guiado, atravesó el corredor que iba de la puerta de entrada hasta la sala, pasando por el comedor y las gradas y, en la penumbra trató de decidir cuál era el sillón adecuado para sentarse a esperar. Optó por el de una plaza, junto a la chimenea (apagada), y notó que por ahí andaba un gato paseándose como por su casa, lo cual era natural puesto que lo era.

Ya sabía que no le gustaban los gatos, pero ahora comenzó a tomar más clara conciencia del porqué. Le parecía extraño que el animal ése se encontrara tan a sus anchas exactamente en un momento en el cual él, nuestro protagonista, el hombre acerca de quien escribo, se encontrara tan a sus estrechas. Su mente comenzó a elaborar un silogismo categórico:

  • Todos los escritores aman a los gatos.
  • Yo no amo a los gatos.
  • Conclusión: Yo no soy escritor.
Con lo mal elaborado que estaba el silogismo se le ocurrió que bien podía enunciar otras conclusiones, las cuales (por mal planteadas) fueran también erróneas; pero en la práctica, de ninguna manera falaces:

Conclusión A: Yo no soy un gato.
Conclusión B: Yo no amo a los gatos.
Conclusión C: Yo no amo a los escritores.
Conclusión D: Yo no escribo y por ello no amo a los gatos, que si los amara, entonces sí que escribiría. Y podría escribir que amo a los gatos y a los escritores, o podría amarlos, pero siempre escribiéndolo; que aquí hay dos requisitos incondicionales (¿o serán términos? ¿cómo es que les llamaban en la clase de lógica?): los gatos y escribir.

Llegó entonces a la conclusión no enumerada de que tenía que escribir.

Y entonces recordó el café que había pedido (ni que fuera cafetería para ordenarlo; qué autoritario puede ser esto de los cafés: ya habrá gestas revolucionarias y democratizantes), volvió la mirada al comedor, el cual estaba junto a la cocina, y lo vio, sentado a la mesa, frente a una laptop: otro hombre (qué Robinson Crusoe en su isla desierta, ni qué...).

Había estado sentado ahí, en la penumbra, todo el tiempo, mientras él, nuestro protagonista, atravesó el pasillo. Le pareció extraña la situación. Y lo primero que se le ocurrió, al verlo, fue acercarse a la mesa y saludarlo. Y así lo hizo.

Descendió las tres gradas que llevaban de la sala al corredor, y se acercó a la mesa y se presentó, y asimismo el otro. Tras esto, 
decidió volver a la sala, al sillón uniplaza. Porque educado podía ser, pero no excesivamente comunicativo. Además, el otro se veía ocupado. Y por último, también, porque tomó conciencia más clara de otra cosa: la necesidad de su propio espacio, de su propia soledad, de su propia libertad. No había venido a esta casa para hablar con un tipo desconocido (y, siendo honestos, no le interesaba cambiarlo a la categoría de "conocido"; más vale buen desconocido que mal conocido por conocer. Sin mencionar que a muchos malos conocidos sería bueno desconocerlos bien), ni con la empleada doméstica, ni menos aún con el gato.

Hablando del cual, andaba haciendo de las suyas. De las de un gato, pues. Brincando de un sillón al otro, dando muestras de un gran talento acrobático y crispándole los nervios a nuestro protagonista.

En éstas estaba cuando llegó la empleada doméstica con la taza de café y la azucarera y los colocó, claro, en la mesita para café. Con el café servido y tras un gracias y el sucesivo mutis de la mujer, nuestro protagonista decidió cambiar de sillón, reacomodando taza y azucarera, porque quería leer y la penumbra sólo se interrumpía cerca de una ventana que daba al jardín.

El gato se acercó a las piernas de nuestro protagonista, esperando la obligada caricia, que no se dio; en vista de lo cual, se subió a sus piernas para aumentar la presión, pero ni así cedió nuestro héroe a las demandas de afecto gatuno.

Así, teníamos tres personajes: la empleada doméstica, en la cocina, preparando la cena, dejando constancia de su existencia por el sonido que producía cuando cortaba verduras con un cuchillo; el tipo desconocido, en el comedor, quien leía silenciosamente en la laptop; y el gato, quien no sólo manifestaba su existencia sino que exigía un no tan tácito reconocimiento acerca de ella.

Y yo, que soy nuestro protagonista, yo no me cuento como personaje, aun cuando lo sea. Yo me veo más como un observador vivencial. Tenía que interactuar con los personajes en esta casa en penumbra para ser poco más que un fantasma.

Entonces fue que entró ella, tarde como siempre, y me preguntó, ¿lleva esperando como media hora? ¿tiene tiempo para quedarse?

miércoles, 17 de junio de 2015

Paréntesis: ¡Eureka!

He podido enunciar la falacia del brocha (ayudante de camioneta; factótum, entre cuyas atribuciones podemos encontrar: gritón que anuncia recorridos-potenciales paradas de buses; acomodador de lo imposible, lo cual ha motivado este post; amedrentador profesional; y simpático vecino de la ciudad de Guatemala):

  • En el bus (atestado) van pasajeros.
  • Entre los pasajeros hay (un) vacío (microscópico).
  • El bus va vacío.

lunes, 1 de junio de 2015

cita petoulquiana: matrimonio por conveniencia

"Aravis también tuvo muchas discusiones (y me temo que también muchas peleas) con Cor, pero siempre terminaban haciendo las paces: así que años más tarde, cuando eran mayores, estaban tan acostumbrados a discutir y a volver a ser amigos que se casaron para poder seguir haciéndolo de un modo más cómodo."

C.S. Lewis. Las crónicas de Narnia: El caballo y el muchacho. Destino, Editorial Planeta. México. 2006. p. 178

miércoles, 27 de mayo de 2015

Paréntesis: Dos hai kai de Gutberto Chocón

"Dos relámpagos brotan
de tu rostro."

...

"La vida es como una 
gota."

...

Sólo puedo decir que me gustaron estos dos hai kai y por ello le pedí autorización a su autor, Gutberto Chocón, para publicarlos aquí, y él accedió, por lo cual le estoy agradecido.

sábado, 23 de mayo de 2015

Diccionario petoulquiano: Ladrón

Sust. Com. / Adj. (Zoología empírica cuasi-universal) Dícese del can con tendencias a ladrar de manera recurrente, especialmente si lo hace con una intensidad irritante. El término puede caer en el equívoco, p. ej. Ese tu perro es un ladrón. Lo cual podría tomarse como que el can tiende a hurtar (o robar, si hay violencia de por medio). Los perros pequeños son ladrones por antonomasia.

martes, 19 de mayo de 2015

cuento no original: texto y contexto

Mi...
Me...
Mi...
Ma...
Mi...
Ma...
Mi...
Me...
Mi...
Ma...
Mi... Ma...
Mi... Me...
...
Mi... Ma.
"¿Cómo es, mami?"
"¡Mi mami me mima! ¡Mi mami me mima! ¡Mi mami me mima! ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo...? ¡¿No ves que estoy reocupada?!"

De esta manera, el hijo aprendía, gracias a su progenitora, a distinguir la realidad de la ficción.

...

Cuando ya había escrito este texto, basado en una escena que presencié meses antes en un lugar de la ciudad que habito, me encontré que Quino ya había incluido una escena muy parecida en una tira de Mafalda, que protagonizaban Miguelito y su mamá (de él, pues; y valga el equívoco, para no entorpecer más la prosa. Todavía más...). Por eso, este cuento de original, nada; pero, igual quería publicarlo.

sábado, 25 de abril de 2015

cita petoulquiana: idealismo

"Llámame idealista: te busco donde sé que no podré encontrarte."

Imposturas del Señor Pero Grullo, del libro "Falsificaciones" de Marco Denevi.

Buenos Aires : Corregidor, 2007. 

lunes, 13 de abril de 2015

capítulo septuagésimo noveno: pregunta retórica

"Necesito escucharlos...", dijo el profesor de Retórica. 

"Necesito saber su opinión... esto era lo que implicaba Sócrates. Esto era la dialéctica."

Y continuó con su larga exposición magistral...

lunes, 30 de marzo de 2015

capítulo septuagésimo octavo: un aguijonazo

Me atacó a traición... directo al talón, como si se tratara de una representación del asesinato de Aquiles por parte de Paris. Pero no creo que este asesino haya clamado, “Zeus, ¡dirige mi flecha!”, antes de atacarme. Es más, ni yo me siento muy Aquiles que digamos, puesto que tengo muchísimos puntos débiles, de manera que no es necesario dirigir toda la fuerza del ataque al talón, única “falla del héroe”, y en todo caso no me considero nada heroico, ni bajo los cánones de la antigüedad clásica, ni bajo los contemporáneos. El hecho es que, la criatura en cuestión me atacó, eso sí, como dije, a traición, de la misma manera que el flechador hijo de Príamo atacó al Atrida, es decir sin que me diera cuenta. Estaba demasiado ocupado tratando de despegar las páginas de unos suplementos de Historia de la Literatura Universal de la Editorial Origen, año 1983, y que por descuido habían quedado en una caja de cartón, junto a una pared humedecida, y mientras me lamentaba de no poder salvar la información acerca de “Literatura italiana contemporánea” sentí un pequeño pero agudo dolor en el talón de mi pie izquierdo. Debo decir que me tomó un tiempo notar el agudo dolor, tan dedicado estaba a rescatar los suplementos que yo había dejado arruinarse. Cuando levanté la vista de la revista (¿qué tal mi aliteración?), pude ver a la criatura posada en mi talón desnudo, y es que estaba desnudo porque a pesar de llevar puesto un calcetín era, fatalmente, uno de esos que se rompen justo en el talón y que no me decido a tirar a la basura. La avispa estaba posada en el talón y yo no sabía si picaba o mordía, pero como nunca me había picado una, o eso creí recordar, quise ser cuidadoso para no enojarla y causar(me) que me atacara... más. De modo que apenas tiré del calcetín para moverla y se fue... Y aquí terminaría este relato de mi vida cotidiana si no fuera porque, mientras seguía tratando de rescatar el suplemento de historia universal, bla, bla, bla, sentí nuevamente un agudo dolor y, si bien dicen que un rayo no pega dos veces en el mismo sitio, ahí estaba la avispa otra vez, ¿o sería otra? En todo caso, si Aquiles no pudo defenderse del traidor Paris, esta avispa confundió el mito que esta vez era más bien Odiseo contra Polifemo y, por tanto, sin pensarlo dos veces, me levanté y con el trapo que había usado para remover la suciedad de las revistas ataqué a la avispa con toda la ira de Zeus cuando arrojaba sus rayos contra un inferior que osaba desafiarle, pero como yo no soy Zeus y, ya dije, mucho menos Aquiles, la tal avispa logró escapar ilesa y con la victoria de haberme mordido dos veces. La pregunta que me he hecho, sin embargo, es por qué me atacó, qué quería de mí, y creo que esto nunca lo sabré. Pero, a lo mejor, puedo tomarlo como un aguijonazo, es decir, un empujón para escribir nuevamente.

jueves, 26 de marzo de 2015

Poema XIV: De veritas

Hay ciertos ciertos
Que son más que ciertos todos

Como cierto amor que te tengo
Que para mí
Es un todo
Y más que otros todos

Ciertamente
Te amo de veritas (como decían los romanos)

Porque de veritas es cierto
Como este cierto amor es de verdad

lunes, 16 de marzo de 2015

capítulo septuagésimo séptimo: la sinfonía de los adioses (o simplemente, "los adioses")

No recuerdo cómo o porqué abrí mi cuenta de facebook. Sólo recuerdo que he tenido muchos problemas simplemente por tenerla, que ha sido una ventana para que muchos se metan en mis asuntos, para causar malentendidos o para notar que, a pesar de la inmediatez, parece que algunos no tienen el menor interés en responder a alguno de mis mensajes.

Y así, cuando he visto que a alguien no le interesa comunicarse conmigo a través de la plataforma, o cuando me aburre o me repele lo que escribe constantemente, he tomado la costumbre de ir eliminando contactos.

Muchos tratan de tener cada vez más contactos, yo busco lo opuesto. Trato de tener cada vez menos contactos. 

Por lo tanto, voy eliminando uno por uno hasta que sólo quedo yo,  y una ansiedad nihilista me indica cuál es el siguiente paso lógico: eliminarme a mí mismo, por supuesto. Supongo que podemos denominarlo "suicidio feisbuquero".

martes, 10 de marzo de 2015

capítulo cero: el león, la oveja y la planta...

Hay quienes creen que la vida es como ese juego del león, la oveja y la planta, y que, después de quebrarse la cabeza y concluir que hay que pasar primero la oveja y dejar al león con la planta, ya la hicieron...

Pero es por falta de imaginación, porque bien podría ser que el león fuera vegetariano y se comiera a la planta; o bien, que la planta fuera carnívora (o la oveja), y al quedarse sola con el león, se lo comiera.


O, aún más, podría ser que el león manso fuera aquel que, años después mató Tartarín de Tarascón, el mismo que no quiso atacar a Don Quijote porque, no lo recordábamos, ya había sido domado por el Cid, quien lo había dejado impresionado con sus largas e hirsutas, melena y barbas.

lunes, 9 de marzo de 2015

capítulo cero: un verdadero enamorado

La tarea de un verdadero enamorado no es encontrar a la que es Beatriz, adornada de todas la virtudes, sino a quien lo será.

Como escribió Sabato, es el amante quien ennoblece al objeto amado; porque, como también apuntaba Sabato, podría ser que el loco amador (esto del "loco amador" no lo ponía él, es una referencia mía al "loco amor del mundo") se enamore de alguien que no lo merezca; entiéndase, de alguien sin mérito, carente de las virtudes antes mencionadas.