domingo, 30 de agosto de 2009

Paréntesis: Si yo fuera mujer...


Quien me conozca podrá confirmarlo. Si yo fuera mujer, seguramente sería... Daria Morgendorffer (la verdad ya ni recordaba cómo se escribía el apellido... si es que alguna vez lo supe).

No sólo por el parecido físico, más bien por el "estilo" (jajajajajajajajaja); me refiero a los lentes y la chumpa (chaqueta o como quieran llamarle) verde. También tiene algo que ver con cierta indolencia que, a lo mejor, oculta cierta conciencia (pero no sé si social, porque esa creo que se me acabó muy rápido; o quizás nunca la tuve...).

Recuerdo que Daria me gustaba un tanto cuando, siendo un jovencito, veía su programa en MTV. Ahora creo que se debía al hecho de sentirme identificado con ella... y a que, secretamente, quería ser un poco más como ella.

(Como no pude conseguir la intro de la serie, al menos dejo este video que encontré en Youtube, el cual incluye el tema musical empleado en el programa)


Creo que voy a comenzar a plantearnos (así en plural, porque si leen esto ahora ya no pueden dar vuelta atrás, jajajajajaja) cómo o quién sería yo en otras circunstancias.

Sí, definitivamente, si yo fuera mujer sería Daria. No me gustan los deportes, la mayoría de eventos sociales me parecen aburridos, ridículos, innecesarios, incomprensibles, bla, bla, bla... (Pero, por otra parte, he de reconocer que tengo alguna obsesión por ciertos términos: patria, responsabilidad, civismo, educación, más bla, bla, bla... Pero, al final de cuentas creo que no hay quien se libre completamente de esta clase de contradicciones. Y también, hay algo innegable, me interesa mucho este otro término tan manoseado e incomprendido: la individualidad.)

Bueno, ya me estoy saliendo del tema. Les dejo este tema de Patxi Andione que me gusta mucho:








lunes, 24 de agosto de 2009

capítulo cuadragésimo: política animal III, los lobos


Los hombres-lobos


Primero dije “hermanos” y les tendí las manos;
después en mis corderos hicieron mal sus robos;
y entonces en mi alma murió la voz de hermanos
y me acerqué a mirarlos; ¡y todos eran lobos!


¿Qué sucedía en mi alma que así marchaba a ciegas,
en mi alma pobre y triste que sueña y se encariña?
¿Cómo no vi en sus trancos las bestias andariegas?
¿Cómo no vi en sus ojos instintos de rapiña?


Después yo, también lobo, dejé el sendero sano;
después yo, también lobo, caí no sé en que lodos;
y entonces en cada uno de ellos tuve un hermano
y me acerqué a mirarlos; ¡y eran hombres todos!


Rafael Arévalo Martínez


...


Hoy, mientras regresaba a casa caminando por la décima avenida, después de comprar un volumen de la Biblioteca General Salvat que incluye "El llamado del bosque" (en otras traducciones, "El llamado de la selva" o "El llamado de lo salvaje") de Jack London, en la décima calle me topé con un mochilero (sin mochila, pero deduje que la habría dejado en su habitación de la Pensión Meza), con un gorrito rastafari y una camiseta que tenía estampada la imagen de un lobo. Supe que era la señal.

¿La señal de qué? Pues de que ya es tiempo de que escriba esta entrada, la cual me he debatido si correspondería más bien a un capítulo cero. Pero no, esta entrada, gracias al del gorrito rastafari, será un capítulo. Y gracias también, claro es, a "El llamado del bosque" de Jack London.

Hace unas semanas, quizás un mes, quizás menos, leí en el blog de algún joven (o de alguna joven) bloguero (o bloguera), algo así como que él (o ella) no era parte del rebaño, sino un lobo (o loba). La verdad, no recuerdo exactamente dónde lo leí. Lo que sí, es que cuando lo leí, la idea hizo sonar una campana en mi memoria (no sé si esto fue un lugar común, pero si que suena medio mamón, lo reconozco, jajajaja), porque hace años yo pensé lo mismo. Acababa de leer "El lobo estepario" (como unos dos años antes, jajajaja), y pensé que yo era un lobo estepario. Cuando encontré personas que creí que eran parecidas a mí, mistifiqué aún más pensando que éramos como una manada de lobos esteparios, que nos reuníamos para cazar y luego nos separábamos. Y al leer un capítulo de "El libro de selva" de Rudyard Kipling, "Los perros de rojiza pelambre", en el cual aparece Won-Tolla, el lobo solitario cuya familia fue masacrada por los perros salvajes, sentí que todos los elementos de la teoría se cohesionaban perfectamente.

Pero el tiempo pasa y uno descubre que las cosas no son como uno pensaba. Ahora no creo que haya una parte de la humanidad que sea como un rebaño de semovientes y otra conformada por lobos que corren libremente entre los primeros; sé, por la experiencia que le da a uno la vida, que todos nosotros somos como lobos.

Fue al leer la primera parte de "Colmillo Blanco" de Jack London que entendí, gracias al excelente análisis que hace el autor sobre la naturaleza de los lobos, la naturaleza bestial de todos nosotros.

Me doy cuenta de que soy un proveedor para mi cría y me torno feroz cuando la creo en peligro. Al final de cuentas, por mucha conciencia social y bla, bla, bla, hay una idea fija y clara en mi mente: entre los demás y mi cría, mi cría es primero. Al final, más allá de todo romanticismo sublime, el amor parece ser la preservación de aquellos que amamos en perjuicio de aquellos que no son nuestros favoritos.

De repente, se me hace obvio el planteamiento ése de "Homo homini lupus".




sábado, 22 de agosto de 2009

capítulo trigésimonoveno: pedro el pastorcillo


Y así resulta que Pedro y Peto se parecen muchísimo. Claro, exceptuando que a Peto no le gustan los animales, no es pastor, no vive en Los Alpes ni es suizo; pero por lo demás son idénticos.

Ambos, Peto y Pedro, son un par de adolescentes. Como tal, son un par de personajes con poco control sobre sus emociones. Son extremadamente celosos y cuando hay algo que les molesta no lo manifiestan de manera directa sino a través de sutilezas y mostrando indiferencia y si están muy molestos tomando acciones brutales, por lo tanto estúpidas e infructuosas.

Al concluir con sus acciones brutales, estúpidas e infructuosas, como es de esperarse, se sienten culpables y luego, de una forma más bien paranoide, comienzan a temer el castigo por parte de la autoridad. Y éste es otro de los puntos de conexión entre Pedro y Peto, ambos tienen un ciego temor a la autoridad.

Pero hay algo más en lo que se parecen este par de tontos: aman tiernamente a sus niñas respectivas, esas que se parecen tanto la una a la otra.

Así, a Peto le toca, aún cuando no le gustan los animales, no es suizo ni vive en Los Alpes, ser pastor de una sola ovejita y de una cabrita retozona, que no es una cabrita de verdad sino más bien una niña; bueno, y la ovejita pues tampoco es de verdad, pero de eso ya hablaremos más tarde...




jueves, 20 de agosto de 2009

capítulo trigésimo octavo: política animal II, las invasoras...


Llegaron de manera discreta. Primero una espía; se infiltró como incógnita (¿qué tal de términos?). Ni la vimos. Algo debió de parecerle interesante, porque luego llegaron varias. Al principio pensamos que no había razón alguna para alarmarse. "Se van a ir, debe de ser por el clima que las alborota..."

Luego, comenzamos a verlas en grandes grupos, ciertamente alborotadas, y de su timidez inicial pasaron incluso a cierta agresividad. Eran tan osadas que no era raro que se subieran en nosotros y hasta nos atacaran.

De un tiempo para acá, siempre están ahí: en la mesa. Se meten en la azucarera, se trepan en los vasos y tazas, como dije se suben en los manos y brazos de los comensales.

Al principio traté de llevar con ellas una pacífica convivencia, convencido de que estaban de paso, pero en cuanto comenzaron a invadir la azucarera me sentí excesivamente molesto, y cuando una de ellas me picó y me inoculo su ácido nítrico llegó el fin de la diplomacia y tuve que ejercer acciones policíacas y ante el menor ataque emprendo una ofensiva aniquiladora y luego, claro está, me siento culpable.

No puedo decir cómo va a terminar esto de la invasión de las hormigas. Recuerdo que años atrás, otras intentaron una invasión similar, pero no en el comedor sino que en el cuarto de atrás, con una metodología similar: exploración inicial del terreno, espionaje, invasión y agresiones posteriores; cuando ya se sentían las dueñas del lugar y creían que habían logrado inestabilizar el anterior sistema, fueron destruidas con una marejada de agua hirviente y hubiéramos pensado que era la última vez que ocurría algo así, pero no, han vuelto y fortalecidas según se puede apreciar. Quizás no todo está perdido.





martes, 18 de agosto de 2009

capítulo trigésimoseptimo: un paseo por las nubes...




"Voy con Vd.", dijo y se me pegó.

El corazón me latía desesperadamente. Había recorrido rápidamente tres cuadras con la única finalidad de verla... bueno, y también para llegar pronto al trabajo porque, como siempre, ya era tarde.

Ella había sido la motivación para mi aceleración. No era la primera vez que la veía; o eso creía, si es que era la misma persona.

Mi persecución (qué raro, nunca me había fijado que se deleatreaba así: p-e-r-s-e-c-u-c-i-o-n) era la reproducción del viejo mito chapín de la Siguanaba, sin el horrible cráneo de caballo, ni el barranco del Río de las Vacas, afortunadamente.

Cuando ya sólo me faltaban seis metros para darle alcance (y encontrándome a cuadra y media del trabajo), ella se volvió de pronto y mi ilusión de colegial trasnochado explotó: era "ella".

¿Y ahora qué? Pues nada, mi plan era alcanzarla, verla, admirar discretamente su belleza, suspirar como idiota y seguir de largo... Pero el curso de los acontecimientos sufrió un giro inesperado. Al volverse ella, se dirigió hacia mí y yo, por supuesto, me asusté como un ratón sorprendido por un gato.

Mientras esperaba que ella me reprendiera furiosa: "¿qué me ve?", fui sorprendido nuevamente por el azote de una dulce e imponente cuasi-súplica que más bien sonó como una afirmación convencida: "¡Voy con Vd.!" Y se me pegó.

Era algo inesperado (pero secretamente muy anhelado). Para mí, motivo de total confusión.

"Es que me dio miedo." Me explicó y señaló furtivamente a un par de tipos que ella consideraba sospechosos, mismos a quienes yo apenas había notado (porque claro que los noté; estamos en Guatemala City), ocupado como estaba en la contemplación de mi ideal.

"Vd. trabaja por aquí", me cuasi-afirmó.

"Aquí a la vuelta." Le confirmé. Pero estaba tan estupefacto que apenas y se me ocurría qué decir, sin embargo pude concluir, "así que ya me ha visto por aquí." Y esto último lo dije con intención, de manera nada sutil, como implicando medio ufanamente, "así que se ha fijado en mí." Concédanme esta indulgencia al menos.

Lo último que recuerdo fue que ella volteó buscando a los tipos y vio que ya se habían ido, y yo, con gran dificultad pero con gran estoicismo, me despedí, "Que esté Vd. bien".

"Igual." Me respondió ella.

Una gran felicidad, de la clase que no dura ni media mañana, me henchía el corazón (lugar común pero qué le vamos a hacer) y sentía, ciertamente, que caminaba sobre las nubes (sí, como en la película del mismo nombre, jajajajajajajajajajaja).





lunes, 17 de agosto de 2009

capítulo cero: ¿ética formal?

Hace 10 años estaba fascinado por el pensamiento kantiano. O más bien, eso creía, porque de Kant sólo conocía las síntesis que otros habían hecho sobre su trabajo, no el de ellos sino el de él. Y así, con los extractos y reinterpretaciones de no sé quién, yo tomaba la ética formal como la forma de pensar y actuar más aceptable. ¿Y en qué consistía esto de la "ética formal"? Pues en resumidas cuentas: "el deber por el deber mismo".

Según recuerdo, las acciones solamente tenían carácter ético si el realizarlas era nuestro deber, de lo contrario no tenían valor moral.

Y aún cuando ahora, el pensamiento "kantiano", o lo que sea que yo entendía por tal ya no me parece, en lo absoluto, no puedo negar que en la práctica es muy posible que siga ejerciéndolo.

Por ejemplo, no considero que mis acciones tengan buen fondo, más bien son otra manifestación del deber por el deber mismo. Si una persona anciana, enferma, embarazada o cargando a un niño se sube al bus en que viajo y yo voy sentado, le doy el lugar, pero no porque yo sea amable, simplemente cumplo con mi deber (explicándolo debe de sonar bastante tonto, debe...).

Cuando leí "El Túnel" de Ernesto Sábato, me pareció repugnante la opinión de Juan Pablo Castel con respecto a la limosna, a no darla quiero decir (o será que ya no recuerdo bien y estoy parafraseando equivocadamente al pintor que mató a María Iribarne), pero años después, ya no estoy tan seguro con respecto a la postura casteliana. Creo que depende. Últimamente me inclino por proveer, de manera selectiva, la ayuda práctica inmediata (o algún otro nombrecito categórico que haya querido darle).

Y así, con fastidio la mayoría de las veces, hago lo que consciente o inconscientemente considero mi deber, ya que de no hacerlo caería en la culpabilidad y su manifestación más amarga, el remordimiento.

sábado, 15 de agosto de 2009

capítulo trigésimosexto: otra vez heidi


Dijo que quería subir hasta lo más alto del Cerro, que quería entrar a la Iglesia (esto último me preocupó porque la primera vez hizo tanto ruido que pensé que nos iban a regañar por lo menos), pero la entrada del templo estaba cerrada.

Luego, salió corriendo tan rápido que casi la pierdo de vista y, preocupado, corrí tras ella. Se arrojó al suelo porque quería ver las nubes (pero no las de Aristófanes). Le dije que fuéramos a aquella ladera donde hay más pasto (con la esperanza de que no se ensuciara tanto y no tener que justificar luego la travesura); una vez más, salió disparada como una flecha (lugar común), y yo corrí como alma que lleva el diablo (ídem). Si no fuera porque me preocupa tanto que pueda sufrir un accidente (que ya los ha tenido), creo que me divertiría bastante ver lo montaraz que puede ser. Razón tienen los anglosajones en llamar "kids" a los niños, porque son como "cabritos", dirían los chilenos. Y a mí no me queda, entonces, más que asumir mi papel de Pedro, el pastorcillo, cuidando otra vez a Heidi para evitar que se suba a las rocas más peligrosas y/o se lastime.

Algunas veces me gustaría que Heidi fuera más como Clara: serena y bien portadita; pero entonces recuerdo que Clara estuvo enferma y me alegro que ya esté sana y que como Heidi, pueda correr libre por los montes, o en este caso, el cerrito.




jueves, 13 de agosto de 2009

capítulo cero: arrepentimiento

Me arrepentí antes de escribir acerca del arrepentimiento, de mi arrepentimiento. Antes de escribir que me arrepiento de muchas de mis decisiones. Decidí no hacerlo, no escribir acerca de ello; pero luego me arrepentí de haberme arrepentido y decidí escribirlo, después de todo, y comenzar así: "Hay quien dice que no se arrepiente de nada, yo me arrepiento de muchas cosas."

Arrepentimiento. Qué palabra más desagradable, hasta decirla es repulsivo, hasta pensarla, no digamos arrepentirse en sí.

sábado, 8 de agosto de 2009

Paréntesis: Unaminidad


Don Manuel, el párroco de la aldea Valverde de Lucerna, en Renada, decidió que quería vivir en otro sueño, en la aldea que está bajo las aguas del lago que descansa al pie de la montaña. Tomó el oficio de escritor y se cambió el nombre por uno digno de un legendario caballero andante: Don Miguel de Unamuno y Jugo.

Algo así describiría un servidor el argumento de "San Manuel Bueno, mártir", obra del mentado Don Miguel. Se trata de una novella (así se escribe, con dos eles) cuyo tema es una justificación para que el legendario caballero andante de la filosofía nos impacte con su poesía que no nos damos cuenta cuándo es que comienza a ser cantada pero la cual indudablemente cuando suena es atronadora sin violencia ni frenesí.

Cada vez que pierdo la fe en la literatura, viene Don Miguel al rescate y me convence, nuevamente, que no es la cantidad de palabras sino cómo se dicen las cosas y, por qué no, quién las dice.

Hoy, un poco más impresionado por la obra del gran Don Miguel, no me queda más que recomendar la lectura de la obra que menciono. Por unaminidad (sí, de Unamuno y no de unánime) es simplemente excelente.





jueves, 6 de agosto de 2009

capítulo trigésimoquinto: política animal


Hace unos días apareció un ratón en la casa. Por lo tanto, hubimos de tomar acciones consecuentes (aún cuando yo de consecuente, pues nada...). Lo primero que hizo la madre (no la de Máximo Gorki sino la mía...) fue tratar de envenenar a la criatura invasora. A los pocos minutos de colocado el veneno en una esquina, éste había desaparecido, así que presumimos que el intruso lo había consumido y estaría comenzando el proceso de eliminación. Pero no fue así. O era más de un ratón, porque el roedor volvió a ser avistado unas horas después, ya no en la cocina sino en el comedor. Ante tal situación decretamos un toque de queda y cerramos todas las puertas. Era imposible pasar más que con un salvoconducto que indicara que el visitante era humano. Así el ratón fue aislado. Ahora mismo no ha aparecido ningún cadáver, pero tampoco se ha visto nuevamente al roedor y comenzado a preguntarme... ¿será que nuestros métodos son aceptables? ¿hemos abordado la situación de la forma más adecuada?

He recordado mi infancia (nuevamente), y han venido a mi memoria imágenes de una convivencia pacífica entre un ser humano y un ratón (y no hablo de Walt Disney y Mickey Mouse, puesto que el primero explotó al segundo de manera inmoral): un hombre mayor llamado "Raulito" y un ratón joven de nombre Topo Gigio.

A lo mejor, las relaciones entre el ratón y nosotros, los otros, hubieran sido mejores si en vez de tratar de matarlo le hubiéramos mandado a fabricar unos muebles acordes a su tamaño y un guardarropa según su talla; si nos hubiéramos tomado el tiempo de conversar con él, conocer sus inquietudes, su fuero interno.

Pero no, nuestra primera reacción fue tratar de destruirlo.

Video: http://www.youtube.com/watch?v=sTwZeoI4IEU