Hace 10 años estaba fascinado por el pensamiento kantiano. O más bien, eso creía, porque de Kant sólo conocía las síntesis que otros habían hecho sobre su trabajo, no el de ellos sino el de él. Y así, con los extractos y reinterpretaciones de no sé quién, yo tomaba la ética formal como la forma de pensar y actuar más aceptable. ¿Y en qué consistía esto de la "ética formal"? Pues en resumidas cuentas: "el deber por el deber mismo".
Según recuerdo, las acciones solamente tenían carácter ético si el realizarlas era nuestro deber, de lo contrario no tenían valor moral.
Y aún cuando ahora, el pensamiento "kantiano", o lo que sea que yo entendía por tal ya no me parece, en lo absoluto, no puedo negar que en la práctica es muy posible que siga ejerciéndolo.
Por ejemplo, no considero que mis acciones tengan buen fondo, más bien son otra manifestación del deber por el deber mismo. Si una persona anciana, enferma, embarazada o cargando a un niño se sube al bus en que viajo y yo voy sentado, le doy el lugar, pero no porque yo sea amable, simplemente cumplo con mi deber (explicándolo debe de sonar bastante tonto, debe...).
Cuando leí "El Túnel" de Ernesto Sábato, me pareció repugnante la opinión de Juan Pablo Castel con respecto a la limosna, a no darla quiero decir (o será que ya no recuerdo bien y estoy parafraseando equivocadamente al pintor que mató a María Iribarne), pero años después, ya no estoy tan seguro con respecto a la postura casteliana. Creo que depende. Últimamente me inclino por proveer, de manera selectiva, la ayuda práctica inmediata (o algún otro nombrecito categórico que haya querido darle).
Y así, con fastidio la mayoría de las veces, hago lo que consciente o inconscientemente considero mi deber, ya que de no hacerlo caería en la culpabilidad y su manifestación más amarga, el remordimiento.
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