Llegaron de manera discreta. Primero una espía; se infiltró como incógnita (¿qué tal de términos?). Ni la vimos. Algo debió de parecerle interesante, porque luego llegaron varias. Al principio pensamos que no había razón alguna para alarmarse. "Se van a ir, debe de ser por el clima que las alborota..."
Luego, comenzamos a verlas en grandes grupos, ciertamente alborotadas, y de su timidez inicial pasaron incluso a cierta agresividad. Eran tan osadas que no era raro que se subieran en nosotros y hasta nos atacaran.
De un tiempo para acá, siempre están ahí: en la mesa. Se meten en la azucarera, se trepan en los vasos y tazas, como dije se suben en los manos y brazos de los comensales.
Al principio traté de llevar con ellas una pacífica convivencia, convencido de que estaban de paso, pero en cuanto comenzaron a invadir la azucarera me sentí excesivamente molesto, y cuando una de ellas me picó y me inoculo su ácido nítrico llegó el fin de la diplomacia y tuve que ejercer acciones policíacas y ante el menor ataque emprendo una ofensiva aniquiladora y luego, claro está, me siento culpable.
No puedo decir cómo va a terminar esto de la invasión de las hormigas. Recuerdo que años atrás, otras intentaron una invasión similar, pero no en el comedor sino que en el cuarto de atrás, con una metodología similar: exploración inicial del terreno, espionaje, invasión y agresiones posteriores; cuando ya se sentían las dueñas del lugar y creían que habían logrado inestabilizar el anterior sistema, fueron destruidas con una marejada de agua hirviente y hubiéramos pensado que era la última vez que ocurría algo así, pero no, han vuelto y fortalecidas según se puede apreciar. Quizás no todo está perdido.
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