martes, 18 de agosto de 2009

capítulo trigésimoseptimo: un paseo por las nubes...




"Voy con Vd.", dijo y se me pegó.

El corazón me latía desesperadamente. Había recorrido rápidamente tres cuadras con la única finalidad de verla... bueno, y también para llegar pronto al trabajo porque, como siempre, ya era tarde.

Ella había sido la motivación para mi aceleración. No era la primera vez que la veía; o eso creía, si es que era la misma persona.

Mi persecución (qué raro, nunca me había fijado que se deleatreaba así: p-e-r-s-e-c-u-c-i-o-n) era la reproducción del viejo mito chapín de la Siguanaba, sin el horrible cráneo de caballo, ni el barranco del Río de las Vacas, afortunadamente.

Cuando ya sólo me faltaban seis metros para darle alcance (y encontrándome a cuadra y media del trabajo), ella se volvió de pronto y mi ilusión de colegial trasnochado explotó: era "ella".

¿Y ahora qué? Pues nada, mi plan era alcanzarla, verla, admirar discretamente su belleza, suspirar como idiota y seguir de largo... Pero el curso de los acontecimientos sufrió un giro inesperado. Al volverse ella, se dirigió hacia mí y yo, por supuesto, me asusté como un ratón sorprendido por un gato.

Mientras esperaba que ella me reprendiera furiosa: "¿qué me ve?", fui sorprendido nuevamente por el azote de una dulce e imponente cuasi-súplica que más bien sonó como una afirmación convencida: "¡Voy con Vd.!" Y se me pegó.

Era algo inesperado (pero secretamente muy anhelado). Para mí, motivo de total confusión.

"Es que me dio miedo." Me explicó y señaló furtivamente a un par de tipos que ella consideraba sospechosos, mismos a quienes yo apenas había notado (porque claro que los noté; estamos en Guatemala City), ocupado como estaba en la contemplación de mi ideal.

"Vd. trabaja por aquí", me cuasi-afirmó.

"Aquí a la vuelta." Le confirmé. Pero estaba tan estupefacto que apenas y se me ocurría qué decir, sin embargo pude concluir, "así que ya me ha visto por aquí." Y esto último lo dije con intención, de manera nada sutil, como implicando medio ufanamente, "así que se ha fijado en mí." Concédanme esta indulgencia al menos.

Lo último que recuerdo fue que ella volteó buscando a los tipos y vio que ya se habían ido, y yo, con gran dificultad pero con gran estoicismo, me despedí, "Que esté Vd. bien".

"Igual." Me respondió ella.

Una gran felicidad, de la clase que no dura ni media mañana, me henchía el corazón (lugar común pero qué le vamos a hacer) y sentía, ciertamente, que caminaba sobre las nubes (sí, como en la película del mismo nombre, jajajajajajajajajajaja).





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