jueves, 7 de agosto de 2008

Cuento Original: El trueno


Zeus alzó su poderoso brazo y dejó caer el relámpago, el cual tronó sobre el suelo intempestivamente. Y uso este término porque, en cuanto escuché el trueno, me asustó de tal manera que pegué un brinco.

No era la primera vez que percibía este sonido, mas si la primera que sospeché que semejante explosión de poder tenía algo de divina.

Llovía fuertemente, de forma constante, interminable. Repentinamente, un trueno...

Sí, qué portentoso ingenio el del rayo, relámpago y trueno, obra del más grande artesano de los dioses: Hefaistos. Diseñado por el dios volcánico amante del Fuego, y labrado por sus hábiles oficiales: los cíclopes. Con este taller laborando de manera ininterrumpida, Zeus estaba siempre provisto, ya fuera para hacer una chanza como la que narré al principio, imponer su autoridad o castigar, fulminando, como la figura paternal que era.

Pero, en última instancia, hasta ser todopoderoso puede aburrir a un dios griego, y un día Zeus quiso tratar lo que algunos de sus hijos habían hecho, es decir bajar a Guatemala desde su Olimpo y probar un destino humano. Pero, ¿cuál sería el indicado? ¿cuál simbolizaría todo su poder enfocado en el rayo?

"Malagueña, Juliana, ¡jule!" gritaba, mientras disciplinaba su rebaño, después de batir su látigo, cuyo sonido era suficiente para mantener el orden. Era un símbolo de su poder, el cual no tenía que emplear directamente.

¿Qué era ser padre de los dioses en el Olimpo, comparado con ser pastor de cabras en la ciudad de Guatemala?

No hay comentarios: