miércoles, 20 de agosto de 2008

capítulo cero: opinión indefinida pero clara

No cabe duda que para quitarme de la mente lo mundano, lo vulgar, como la enfermedad respiratoria que me aqueja, no me hace falta sino pasearme por la red (que por la ciudad en estas condiciones no puedo hacerlo... ya probé y no me fue nada bien).

Ayer pensé que no tenía voz porque no tenía nada que decir. Primero, he de decir que prefiero no tener nada que decir, antes que decir (o escribir, que es peor porque queda registro permanente o semipermanente...) las sandeces que he leído por ahí. Es decir prefiero no decir que decir lo que pienso que no vale la pena decir (bonito el jueguito de palabras, eh, ¿eh?).

Pues, talvez el tal Julio P. trate sobre esto más tarde en uno de sus interminables paréntesis (o talvez no, ¿cómo puedo saberlo?), puesto que ya lo ha venido pensando hace tiempo. No cabe duda que Guatemala (sí, así como lo escribí, no Guatelinda, no Guatebella, menos Guateámala, jamás Guatepeor) es la tierra donde se alaba, se adora, se vanagloria la mediocridad. ¡Carajo!

Amo lo gris, amo la lluvia (aún cuando la odio), amo lo que no amo y lo que amo lo odio. Y así es.

Que hay cosas malas, que hay cosas buenas, que hay dualidad y multiplicidad. Pues, así es.

Dicen que es ruido que los patojos toquen sus bombos y redoblantes (y demás instrumentos, que no los voy a enumerar todos), pero la Muni y el Mono de Oro me ponen cada domingo su carajada de DJ (o lo que diga ser el pendejo mencionado, o todos los anteriores, por qué no), con más de 80 decibelios. Y por supuesto que en cualquier (café) bar miserable al que uno vaya desde el peor cuchitril hasta el más prepi, cáquer o como lo prefieran, la intensidad (el volumen, vaya) va por encima de los 80 Db (O sea, por el camino de quedarse sordo).

Que sí, que no, que no sé qué. Que no celebremos la independencia, que los símbolos patrios no valen nada, que lo que sí es memorable es la Revolución del '44. Que nadie se pone de acuerdo, que todos joden, y que al final se quejan de la educación los kool aids (o sea, jarra de refresco color rojo que atraviesa las paredes y te quita el calor) que nunca en su vida han tenido que ver con la educación, ni con los niños y jóvenes, ni nada.

¿Qué les digo a los patojos? "No, muchá, por un replanteamiento de valores confusos que responden a una interpretación de la historia subjetiva, acomodaticia e irresponsable, supuestamente rebelde, progresista, nacionalista pero no chauvinista, mejor no vamos a ensayar con la banda, es que, entiendan, eso de marchar y tocar un tambor les zampa en la shola a Vds. toda una ideología autoritaria y militaroide, la cual no es compensada por cierto desarrollo del área psicomotriz, coordinación, trabajo en equipo, responsabilidad, y no, definitivamente que su diversión en esta onda, a pesar de todos sus problemas reales y gruesos, pues no vale nada."

Sí, claro, ajá.

1 comentario:

Luis dijo...

¡Que braca!..., pero te entiendo. Sufrí esta situación, hace algún tiempo, y se lo molesto que es.

Hay cosas donde no se ve lo positivo o solamente por no tener problemas.

Hay que priorizar a los niños.