Cuando era más pequeña, como de unos dos años, le gustaba que la dejaran salir por las mañanas para presenciar el desfile. Una a una iban pasando, a veces de dos en fondo, o de tres, pero juntas siempre, porque a la menor indisciplina flagrante se escucharía terrible "el sonido de un trueno" (como diría Ray Bradbury). Así, pasaban las cabras, comandadas por el pastor.
De todas ellas, solamente recuerdo el nombre de una: Malagueña; y sospecho que la niña no recuerda el nombre de ninguna. Pero, creo que sí debe rememorar cuánto le gustaba verlas pasar, aún cuando le dieran un poco de miedo, que es lo que nos pasa con lo que nos gusta (qué queísmos, hombre).
Tiempos después, ella recibió un regalo que la hizo más feliz que el paso de las cabritas. Le obsequiaron una ovejita. Pero no era de verdad, claro que no; ¿dónde hubiera podido colocar a ese cordero, si fuera real? Era una ovejita de peluche, de esas que están encerradas en esos juegos tragamonedas y que hay que sacar con un gancho. Desde entonces, la ovejita ha sido su permanente compañera de juegos.
"Y, ¿cómo se llama tu ovejita?"
"Pues, Ovejita, no tiene otro nombre."
"Mirá, y ya le descosiste toda la boca, se va a morir del hambre."
"No, tonto, si mi ovejita no come, no ves que es de peluche."
"Ah..."
Imagen: Cortesía de Cuntie McCuntcunt [dolly rious] (visite la galería haciendo clic aquí)
1 comentario:
Petoulqui tonto no ves que es de peluche, en unos años va a ser: ¡qué mula sos Petoulqui!
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