"... una buena acción. Piensen cuánto peor es para la so-
ciedad que ese individuo siga destilando su veneno y
que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su
acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras
bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo
confesar que ahora lamento no haber aprovechado
mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o
siete tipos que conozco.
Que el mundo es horrible, es una verdad que no
necesita demostración. Bastaría un hecho para probar-
lo, en todo caso: en un campo de concentración un
ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron
a comerse una rata, pero viva.
No es de eso, sin embargo, de lo que quiero ha-
blar ahora; ya diré más adelante, si hay ocasión, algo
más sobre este asunto de la rata.
ciedad que ese individuo siga destilando su veneno y
que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su
acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras
bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo
confesar que ahora lamento no haber aprovechado
mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o
siete tipos que conozco.
Que el mundo es horrible, es una verdad que no
necesita demostración. Bastaría un hecho para probar-
lo, en todo caso: en un campo de concentración un
ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron
a comerse una rata, pero viva.
No es de eso, sin embargo, de lo que quiero ha-
blar ahora; ya diré más adelante, si hay ocasión, algo
más sobre este asunto de la rata.
Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán pregún-
tarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen
(no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) y, sobre
todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el
alma humana para prever que pensarán en la vanidad.
Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace
rato que me importan un bledo la opinión y la justicia de
los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia
por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne,
huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y
me parecería muy injusto que exigiesen de mí, pre-
cisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a
veces un superhombre, hasta que advierte que también
es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo
nada: creo que nadie está desprovisto de este no-
table motor del Progreso Humano. Me hacen reír
esos señores que salen con la modestia de Einstein
o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto
cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto.
Aun cuando se imagina que no existe en abso-..."
tarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen
(no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) y, sobre
todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el
alma humana para prever que pensarán en la vanidad.
Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace
rato que me importan un bledo la opinión y la justicia de
los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia
por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne,
huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y
me parecería muy injusto que exigiesen de mí, pre-
cisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a
veces un superhombre, hasta que advierte que también
es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo
nada: creo que nadie está desprovisto de este no-
table motor del Progreso Humano. Me hacen reír
esos señores que salen con la modestia de Einstein
o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto
cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto.
Aun cuando se imagina que no existe en abso-..."
Fin de la cita.
Ésta era la página que le faltaba a la edición, seguramente pirateada, que conseguí en el centro hace unos meses. Fue algo molesto porque para colmo me costó Q.15.00 (no sólo falsa sino incompleta, ya es el colmo). No reclamé porque lo más probable es que todo el lote estuviera igual de mal. Adquirí el libro por razones sentimentales (hace años que no tenía una copia de El túnel). Tuve que buscar el libro en Googlebooks, seleccionar la página, copiarla, pegarla en un documento de Word, calcular el tamaño de la impresión (esto último, en realidad lo hizo mi hermano), imprimir al menos dos copias (no recuerdo bien cuántas fueron), recortar la impresión y meterla en el libro; todo este engorro por un capricho mío, pero qué le vamos a hacer.
1 comentario:
Petoulqui el perfeccionista: ay, le falta una página, me voy a morir, es imposible, es el fin del mundo... como diría Delfín: no puede ser ¡noooo!!!
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