viernes, 30 de mayo de 2008

Paréntesis: Las artes muertas...





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Esta cita fue posteada por el cuervo lópez el jueves 29 de mayo del presente año. Y sumada a las palabras, "Una puerta cerrada. Un libro mudo. Una luz muerta... Oscuridad.", las cuales son parte del relato de Vania Vargas titulado "Matadora de brújulas", ha resultado en una reflexión mía acerca de las artes acústicas, la música y la literatura.

Al leer lo que escribió Vania encontré planteado de una manera clara lo que he pensado desde hace tiempo, las artes acústicas en sus diversas manifestaciones textuales si no son interpretadas, si no se leen las letras o no se toca la música, están muertas.

Como nos dijo una vez el apreciable pedagogo musical, Fernando Palacios, la música es un arte en el tiempo. Existe en un determinado momento. Las grabaciones musicales no son sino nuestro intento de alargar su vida. Pero nunca una grabación será comparable a una interpretación en vivo (eso, incluso considerando que hay intérpretes que parecen carecer de vida, de expresividad... de musicalidad, como lo estableció un maestro músico).

Una de las razones por las que desconocemos la música de la antigüedad es porque ya no existen escrituras musicales de esa época (o nunca existieron), pero principalmente es porque en alguno momento se dejó de interpretar por diversidad de razones. Eso es, murió. El tiempo ha sido más misericordioso con las letras del remoto pasado humano, y por eso conservamos algunos vestigios.

El contraste de las artes acústicas con las artes plásticas es más que evidente. Mientras las manifestaciones de éstas saltan a la vista, como la escultura de la Marimba de Efraín Recinos o alguna pintura modernista de Carlos Valenti, por citar un par de obras plásticas que me han impresionado, por otra parte hay muchas obras musicales guatemaltecas que no se han interpretado durante siglos incluso. Una razón más para reiterar la importancia de las investigaciones musicológicas, su publicación y posterior interpretación.

En efecto, reiterando a Papini, los músicos sustraen a la música (valga la redundancia porque la palabra melómano se me hace repugnante, y el escribir compositor sería limitar el quehacer musical a una sola actividad) del inframundo (de la muerte entendida como "el terrible silencio en que yacen... las almas."), como Orfeo a Eurídice, únicamente para después verla a la cara y perderla para siempre (o, sin tanta exageración, hasta la próxima vez que interpreten).

Así, pues, tras el grito triunfal de la Walkiria ha de venir el Ocaso de los dioses.

lunes, 26 de mayo de 2008

capítulo undécimo: en tiempos de maricastaña...


Cuando tenía 17 ó 18 años, su padre, Benigno, le dio un libro que había sido de su abuelo, del abuelo de P. quiero decir. Este libro contenía el libreto de la obra de teatro "El Canciller Cadejo" de Manuel Galich. Aquí conoció a dos personajes que le llamaron, hasta cierto punto, la atención: El Rey Perico y Maricastaña (quien, según la versión de Galich, era la princesa, hija del monarca).

Y, por otra parte, se encontró con otros personajes que ya conocía, aún cuando no muy bien: El Duende, el Sombrerón, el Sisimite, la Siguanaba, la Llorona y, por supuesto, el Cadejo. Personaje fascinante este último.

P. nunca ha visto la obra representada, la única vez que tuvieron la intención de asistir a una presentación en el Teatro de Bellas Artes, la función había sido cancelada para dar lugar al Festival Nacional de Payasos "N" (es decir, no sé qué número). P. había visto el letrero pero no queriendo contrariar a su padre, o por lo que fuera, permitió que pagara los boletos en la taquilla y, cuando se disponían a entrar, se toparon con el tal festival, el cual no interesó en lo más mínimo a ninguno de los dos. Benigno trató, de manera no muy benigna, de que le devolvieran su dinero, pero era ya muy tarde. Contrariados (pero no tanto como aquella vez que P. quería ver TMNT, cuando tenía 10 años y ya no consiguieron boletos en el Cine Capitol), tomaron la 65 para retornar a casa. En todo caso, P. ya había representado la obra en su mente.

Y justo anoche, releyendo algunas partes de "El Canciller Cadejo", muchas cosas volvieron a su mente. ¿Qué será esta obra? ¿Una tragicomedia? En todo caso, me parece que es un retrato fiel de Guatemala. En efecto, una tragicomedia.

Ahora P. sabe que "En tiempos de Maricastaña" o "En tiempos del Rey Perico" significa recordar o hacer referencia a algo que pasó hace mucho tiempo. Que estos dos personajes del pasado más remoto fueron invitados por Don Manuel únicamente para representar la tragicomedia de nuestra existencia.

Y, aún cuando ya no le parece tan monumental el libreto en cuanto a su forma, no puede evitar sentirse abrumado por la fuerza de su mensaje:

Cadejo.-Gracias, majestad. ¿Queréis, ahora escuchar mi primer consejo?
Perico.-Decid.
Cadejo.-Acabad en el acto con esos falsos espantos. ¿Tenéis ejército?
Perico.-No, ¿para qué?
Cadejo.-¿Y policía?
Perico.-Menos.
Cadejo.-¿Guardias, en vuestro palacio, al menos?
Perico.-No, no. A mí me adora mi pueblo. Que viva tranquilo.

Parafraseando: Mi Pueblo que viva tranquilo.

A mi entender, ningún dictador es bueno, y el ser un tonto empedernido y enamorado no es ningún mal. Diría el Duende, suspirando, "...Maricastaña. ¡Catarata de seda rebelde, roble pulido, tabaco en flor...!", haciendo referencia al cabello que tanto le gustaba trenzar, y añadiría el Sombrerón, "Oro musivo".

(Imagen tomada de Galich)

miércoles, 21 de mayo de 2008

capítulo décimo: en guatemala, la muerte viaja en el transporte urbano... y trucutú maneja


Aquella noche, hace como dos semanas, me pareció que la dama macabra viajaba en una camioneta de línea, que según pude apreciar era administrada por una especie de repugnante familia: El troglodita al volante (aún cuando, en un intento de promover la equidad de género lo compartió con la fémina que lo acompañaba, personaje para quien, debido a la obscenidad que transmitía su forma de comportarse y su actitud al tratar a los usuarios, no encuentro carácter mitológico alguno con el cual compararle) y el gritón, un púber con apariencia mixta entre Pugsley de Addams Family y Bart Simpson, con una terminología tan procaz y una postura ante el mundo tan pendenciera que me recordó a Hob, el niño maléfico de Robocop 2.


Tras recibir las visitas de toda clase de personajes que nos contaron su historia y nos presionaron amistosamente para ser caritativos apelando a nuestra lástima o nuestro temor (en mi caso algo entre sentimiento de culpa e indolencia), esperar a que se llenara la camioneta, presenciar ciertos conflictos entre algunos usuarios y la administración del vehículo, nos preparamos para iniciar nuestra odisea por el centro histórico.


Nuestra vertiginosa carrera comenzó en la 18 calle y 5a. avenida de la zona 1, a las 9:30 PM, donde uno paga 5 quetzales por una muerte casi segura, y claro, sin devolución del dinero al final del viaje en caso que uno sobreviva (eso sí, "Si querés te devuelvo tu dinero y te bajás o te bajo", como diría Bart antes de iniciar el recorrido).


Al principio, competíamos (no sé en qué sentido colaboraba yo a la causa, pero siendo parte del tour-aventura supongo que tengo derecho a hablar en plural) con un taxista, aparentemente conocido del antipiloto. Parecía que la calle era de ellos (la calle es de todos hasta que alguien se la apropia, parafraseando a mi maestro de Moral y Ética Profesional).


Trucutú aceleraba sinuosamente sin la menor comprensión de la máxima "Toda acción implica una consecuencia". Me preguntaba a mí mismo al ritmo de, primero Ana Gabriel, luego un intérprete de salsa no identificado... merengue ídem y, finalmente reggaetón, claro es, "¿cómo el servicio de transporte urbano, que se supone es público, puede caer en manos tan privadas... de juicio?".


¡Carajo!


Parafraseando al Maestro Enrique Anleu Díaz, en su cuento de la Nave Espacial (que aparece en Cuadros de otras costumbres guatemaltecas), al vislumbrar la parada donde había de descender del móvil, como dijera mi maestro de Física Fundamental, y para no ser arrojado, otro término que nos encontrábamos en los problemas del mencionado curso, luché contra la inercia (como que hoy estoy afín a las ciencias naturales) y logré apearme.


Definitivamente, la muerte en uno de estos carromatos no tiene nada de heróica ni memorable, es más bien anónima y estadística; en Guatemala, esto es de lo más común y definitivamente, corriente, es media, mediana y moda. Lo fashion es morir en un accidente de tránsito provocado por un sujeto (o sujeta, nunca se sabe) que demuestra carecer de sensatez y sentimientos.




lunes, 19 de mayo de 2008

capítulo cero: yo soy yo

Dedicado a Luis Alfonso Paniagua Rozzotto

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yo me observaba detenidamente.

"De manera que vos sos petoulqui y petoulqui sos vos. Me parece. Sin embargo, nunca más volvás a decir, 'petoulqui soy yo y yo soy petoulqui', únicamente yo soy yo".

yo tenía razón, únicamente yo era yo.

Petoulqui no podía ser... yo...ni, ¿cómo decirlo...?, Julio podía ser yo.

A lo mejor alguien se pregunta, ¿quién es yo? y yo respondería, "yo soy yo".

sábado, 17 de mayo de 2008

capítulo noveno: alicia en el callejón de las maravillas...


En el callejón de Maravillas, 4a calle "a" llegando a la 3ra avenida de la zona 1, Petoulqui se encontró con Alicia, a quien no veía desde que él tenía 11 años, cuando contrajo paperas y no tuvo más remedio que leer...

Cosa extraña, Alicia aparentaba todavía los diez años que tenía cuando P. la conoció, y el hecho de toparse con ella le confirmó la persistente tendencia de la niña a entrometerse en los lugares más extraños.

(Me imagino que, como típica observadora internacional, Alicia debe de tener inmunidad diplomática y, además, cuenta con apoyo financiero ya sea del gobierno o de alguna institución nacional o internacional, pública o privada, la cual comprende el valor de la misión de investigación o acompañamiento que ella está realizando aquí.)

Aparentemente, lo que más le ha impresionado a Alicia de nuestro maravilloso país son esos monstruos (Qué Jabberwocky ni que...) que rugen y arrojan humo negro que irrita los ojos, impide la visión y provoca la asfixia, los cuales son gobernados por esos brutos inmisericordes, quienes para agravar más la ofensa llevan consigo a esos adefesios gritones que prorrumpen en alaridos que helarían al más valiente; eso, cuando no se hacen acompañar de arpías chillonas, que, ¿qué serán? ¿arpinas? (me imagino que esta palabra le hubiera gustado a L. C. por su afición a estar creando términos compuestos), es decir una mezcla de arpías y sirenas.

Ya con Lusifergua (usaré indistintamente el nombre Lusifergua o Mephisto para referirme a la misma persona) habíamos deducido hace años que este reverso país es surreal. La presencia de Alicia me hace concluir que el más representativo patrimonio de los guatemaltecos es el "nonsense".


miércoles, 14 de mayo de 2008

capítulo cero: petoulqui soy yo y yo soy petoulqui

No voy a comenzar con esta tontería de que ya no sé quién es el real y quién el ficticio; mucho menos voy a inventar la cursilería de que no sé quién inventó a quién. Por supuesto, debería de ser yo quien lo ha inventado a él, quien lo ha construído, forjándolo con diversos trozos como a un monstruo de Frankenstein, pero así como el bueno y suizo Dr. F., yo también me he vinculado a mi criatura por medio de un fuerte lazo; como el prudente y británico Dr. Jekyll, a estas alturas ya no se sabe dónde termina el monstruo y dónde comienzo yo: ahora somos uno e indivisible.

Y, definitivamente, él es el ficticio, mas no por eso menos real (que sería como decir que yo soy real y no por eso menos ficticio).

No es que él habite en un mágico mundo paralelo ficticio con gente ficticia y situaciones ficticias. No, él es parte de nuestro entorno, ya lo he escrito, es parte y poblador de este Mundo y está para quedarse.

Petoulqui habla por mí, dice lo que yo no me atrevería a decir (o diría en círculos muy cerrados). Pero, atención, P. no es otro yo ni otro cualquiera. Petoulqui soy yo y yo soy Petoulqui.

Así que todas las opiniones emitidas en este blog, y en cualquier otro (y demás instancias), por el tal Petoulqui son responsabilidad mía y viceversa.

sábado, 10 de mayo de 2008

Paréntesis: Porque no cualquiera toca una Mazurka...


Anoche (9-V-08) fue la entrega del libro "Música Guatemalteca para Piano. Antología Histórica, Siglos XIX - XXI", editado por el Doctor Igor de Gandarias.

La presentación de la obra fue acompañada (más bien ilustrada) por un magnífico recital a cargo de la maestra Alma Rosa Gaytán y Carlos Soto. Ambos interpretaron de una manera vívida y sensible.

La maestra Alma Rosa ejecutó en el piano el "Primer Nocturno" de Raúl Paniagua, perteneciente al período Romántico (de un "romanticismo lírico" como fue descrito), causando gran conmoción por su carga emocional y, el cual contrastó con las composiciones del maestro José Castañeda, Dos piezas: I. La Doncella ante el espejo cóncavo y II. Nocturno, ambas con un tono Neoclásico y rozando en el impresionismo, bastante interesantes por lo demás, la primera capaz de sumergirnos en la dimensión que se encuentra "a través del espejo". Posteriormente se hizo partícipe Jesús Castillo con su Seguidilla de toque español por ser parte de una de sus suites ibéricas. Finalmente, la maestra interpretó del maestro Juan José Sánchez "Corpus", una reinterpretación de tinte impresionista de la fiesta tradicional que lleva ese nombre, obra cristalina y original, y "Tocata" de Juan de Jesús Fernández, obra ejemplar del clasicismo en Guatemala.

Las últimas dos obras le correspondían a la sección del recital que sería realizada por el maestro Vinicio Quezada, de quien se lamentó mucho que no pudiera asistir por motivos de salud.

El maestro Carlos Soto concluyó el recital tocando "Tres piezas" (1803) de autor anónimo, obra consistente en: I. Fandango (el cual a pesar de su nombre era una obra bastante técnica), II. Sonecito (el cual se cree que podría ser el primer son escrito en Guatemala), y III. ¿? Pieza sin título alguno. Luego, "Españolita", una mazurka de Lorenzo Morales, la cual data de finales del siglo XIX, demostró el virtuosismo del maestro Soto porque, como diría mi maestra, "No cualquiera toca una Mazurka" (al menos no así de bien). La jornada musical fue estremecida por el "Virtuosísimo" de la "Tocata" de Manuel Herrarte, quien fuera maestro de Soto, una obra de tipo vanguardista con una intensidad arrolladora, una vez más el maestro Soto salió victorioso, no hay que temer en decirlo. El recital se cerró con "Tormentoso" una obra del intérprete, pieza de jazz de alto nivel técnico y además, algo muy pero muy importante, con tremendo feeling.

Posteriormente, la parte protocolaria de la noche, un homenaje merecido a todos los compositores ya fallecidos cuyas obras aparecen en el libro: Un fuerte aplauso. Y, añadimos, la posibilidad de que su obra ahora pueda ser interpretada.

La entrega del libro a los compositores vivos incluidos en el texto, a los intérpretes de la noche, al editor. Y algo muy interesante fue tener en un solo escenario a tantos de los grandes compositores nacionales: Juan José Sánchez, Felipe de Jesús Ortega, Enrique Anleu Díaz, Carlos Soto, David de Gandarias, Igor de Gandarias, Paulo Alvarado. Aún, algunos no pudieron estar presentes.

Esta velada fue invaluable: se publicaron más de 16 años de trabajo musicológico en Guatemala y más de dos siglos del talento y esfuerzo de los creadores musicales de nuestro país. Me parece correcto y necesario expresarlo como apareció en la edición electrónica de Prensa Libre del 8 de mayo de 2008: (el Dr.) Igor de Gandarias comenta que su obra no es un libro de autores sino de la evolución del piano en Guatemala.

Además puede revisar la siguiente columna por Jorge Sierra:

lunes, 5 de mayo de 2008

Porque el público lo ha demandado... El Final Alternativo de "Comida para Ratones"


Durmió. En sueños, uno de sus amigos ratones le describía que el “restaurante para ratones” era en realidad una ingeniosa ratonera y que la “comida para ratones” que allí servían estaba envenenada; nuestro ratón suspiró aliviado y le comentó a su amigo, “no probé ni un bocado”.

Repentinamente le dolió el estómago, oyó que le llamaba una macabra y lejana voz que apenas le era familiar, volteó y vio al mesero, quien mordazmente le recordó, “¿Y qué hay del agua envenenada que te serví?”.

Entonces, en su lecho hecho de trozos de papel periódico, el ratoncito se estremeció.

¡Qué bueno que TODO había sido solamente un sueño!

(¿O no?)

NO, no TODO había sido un sueño. Su pequeña excursión al restaurante no había sido un sueño, y, aún cuando sí había soñado que charlaba con su amigo, la parte en la cual éste le explicaba que el restaurante para ratones era una ingeniosa ratonera sí era verdad (como dijo Meph., "de tal forma que una mentira que nunca se sabe puede parecer verdadera, y una verdad que nunca se cree puede sonar a mentira.").

El dolor de estómago que un momento pensó había cesado, puesto que despertó y se encontró asustado pero seguro en su nido, regresó con una fuerza insospechada causándole tremendos retortijones, y un momento, dentro de su sufrimiento, pensó que todo su interior iba a salírsele por la boca en un vómito de entrañas.

Dicen algunos que somos lo que pensamos, y es como si lo que pensamos es lo que nos va a suceder. De esta manera, el ratoncito pudo ver realizado lo que había ideado (será que cuando ideamos algo, el Universo entero conspira para que lo logremos... y más blah, blah, blah...): su interior salió por su hocico mientras él aún estaba consciente.

"¿Será este el fin de este ratoncito?" Alcanzó a decir finalmente y expiró.

La única comida especialmente preparada para ratones es aquella destinada a acabar con ellos, a exterminar esa plaga: el único ratón bueno es el ratón muerto...

Así termina esta fábula de un ratón que siendo inusual tuvo un fin de lo más común.


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No me gustan esta clase de finales. Me parece que teníamos suficiente con el perro muerto. Pero, de vez en cuando, hagamos una concesión al público para quien publico.

Foto tomada de http://www.fotolog.com/z1pi/9406727

sábado, 3 de mayo de 2008

Paréntesis: De los diáfanos dedos de los ángeles... y demás cucharaditas de azúcar refinada

Sé que soy un pedante, pero no puedo evitar sentirme asqueado ante lo vulgar.

Mi poesía es vulgar, por eso no la escribo. ¿Para qué hacerlo? ¿para llenar el Mundo con más malos versos?

Para mí, la mala poesía (la mía incluida, por supuesto y por su mérito) es repugnante. Lo cursi me parece despreciable.

Veamos, ¿para qué la poesía? ¿para plasmar que a fulanito le gusta sutanita y/o al revés?

Si de eso se tratara la poesía, hace rato que habría perdido mi interés en ella.

No me parece que sea cosa fácil el escribir poesía.

Reitero lo suprascrito, yo no puedo escribir buena poesía, por ello me hago a un lado, por eso dejo la creación poética a los poetas que escriben buena poesía (redundante, ¿no te parece, Lusifergua...?); pero, eso sí, yo creo que todos somos poetas, aún cuando algunos no podamos expresarnos poéticamente.

Parafraseando a Don Miguel de Unamuno y Jugo, "La poesía es política y la política es poesía". Y no es una referencia a los panfletos sino a que, como lo planteó Aristóteles, el ser humano es el Zoon Politikón, el "animal político" (aún cuando a veces creo que la cosa se queda sólo en lo de animal), no en cuanto a lo politiquero sino a lo ciudadano, refiriéndose a que es miembro de la comunidad humana.

Pero, cualquiera, sin tomárselo en serio, se cree poeta, de esos que escriben y lo hacen bien (sí, dije bien, con calidad, porque de que la hay, la hay, no justifiquemos la mediocridad cualquiera que sea su fuente, ni mucho menos neguemos que existe una sensibilidad estética por muy variable que ésta sea). Y escogen o simplemente reproducen los lugares comunes, las frases hechas, ya desteñidas, ya muertas, marchitas, sin sentido ni valor.

Reproducción y no creación. Degeneración.

Sin siquiera usar el tacto, como si no lo tuvieran (no digo que no lo tengan sino que no lo usan, aclaro).

¿El resultado? Ya ha sido mencionado: todos descubriendo el agua azucarada y haciéndonosla pasar por miel (Como dijera el Coronel Slade en Scent of a Woman, "You've been the sugar business for so long, you've forgetten the taste of real honey").

jueves, 1 de mayo de 2008

Cuento Original: Comida para ratones


Dedicado a Lusifergua
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Un ratón se aburrió de estar sentado encima de un trapeador y se fue, lentamente.

Llegó a un “restaurante para ratones” del cual había escuchado muchos elogios. Ya que servían “comida para ratones”, pensó que nada malo pasaría si en lugar de buscar alimento en las despensas y en los basureros humanos, como su mamá ratona le enseñara, comía fuera para variar.

Se sentó en una mesita redonda muy bonita (y democrática también), cubierta con un mantel blanco inmaculado, hecho a mano, y que, como era de noche, tenía encima una veladora encendida.

“Qué bien me siento aquí”, pensó el ratón.

Talvez lo único malo era que estaba solo, no había ningún otro comensal en el local,
pero, más vale solo

Se acercó el mesero con la carta, aún cuando, en realidad, solamente servían una cosa: comida para ratones.

El ratón meditó unos instantes y luego ordenó solemnemente: “Quiero… un vaso con agua…”, y agregó con una sonrisa irónica, “… es que aún no puedo decidirme por ningún platillo en especial”.

El mesero, con una expresión que denotaba decepción, se dirigió a la barra y pidió el agua, la llevó a su cliente y le preguntó: “¿Algo más, señor?”.

El ratón hizo el ademán de agregar algo a su cuenta y dijo: “No en este instante, déme un momento para pensar por favor”. Sonrió complacido y se bebió el agua que estaba en el vaso, bien valía la pena aguantar un poquito el hambre con tal de ver la ansiedad del mesero. Quizás fuera esto más delicioso que cualquier especialidad que sirviera la casa.

Finalmente, el ratón llamó al mesero. Había pasado media hora y el waiter parecía no querer esperar más (qué irónico, ¿no es cierto?, generalmente son ellos quienes nos hacen esperar).

“Bueno…”, dijo el ratón, y el mesero se acercó atento. “Le agradezco su paciencia para conmigo…”, continuó diciendo el ratón, “sé que mi tardanza no ha de ser usual, pero yo no soy un ratón usual…”, y repentinamente se detuvo.

“¿Señor?”, exclamó el mesero, pero implicaba: “¡¿Y?!...”.

“Pues, sabe Vd., a veces se gana, otras no. He decidido…”, y el ratón volvió a pararse en seco.

El mesero tenía ya el bolígrafo sobre su libreta para apuntar.

“Decidí… que esta noche, a decir verdad, no me apetece cenar 'comida para ratones' fuera de mi madriguera”, concluyó el ratón.

El mesero frunció el ceño y con su índice señaló la salida del local, desterrando por siempre y para siempre al cliente, si es que se le podía llamar así.

El ratoncito salió muy sonriente. En verdad la había pasado muy bien, aún cuando era la última vez que la pasaba bien en este local, al cual no le iban a permitir reingresar nunca más (nunca más es un largo, largo tiempo).

En fin, siempre quedaban otros lugares a donde ir.

Se fue a su nido y se acomodó en su lecho sin cenar. No era un castigo, simplemente el hambre se le había perdido en el camino de vuelta.

Durmió. En sueños, uno de sus amigos ratones le describía que el “restaurante para ratones” era en realidad una ingeniosa ratonera y que la “comida para ratones” que allí servían estaba envenenada; nuestro ratón suspiró aliviado y le comentó a su amigo, “no probé ni un bocado”.

Repentinamente le dolió el estómago, oyó que le llamaba una macabra y lejana voz que apenas le era familiar, volteó y vio al mesero, quien mordazmente le recordó, “¿Y qué hay del agua envenenada que te serví?”.

Entonces, en su lecho hecho de trozos de papel periódico, el ratoncito se estremeció.

¡Qué bueno que TODO había sido solamente un sueño!

(¿O no?)

“Comida para ratones servida en un restaurante para ratones”, ¿quién ha oído hablar de tal disparate?