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Esta cita fue posteada por el cuervo lópez el jueves 29 de mayo del presente año. Y sumada a las palabras, "Una puerta cerrada. Un libro mudo. Una luz muerta... Oscuridad.", las cuales son parte del relato de Vania Vargas titulado "Matadora de brújulas", ha resultado en una reflexión mía acerca de las artes acústicas, la música y la literatura.
Al leer lo que escribió Vania encontré planteado de una manera clara lo que he pensado desde hace tiempo, las artes acústicas en sus diversas manifestaciones textuales si no son interpretadas, si no se leen las letras o no se toca la música, están muertas.
Como nos dijo una vez el apreciable pedagogo musical, Fernando Palacios, la música es un arte en el tiempo. Existe en un determinado momento. Las grabaciones musicales no son sino nuestro intento de alargar su vida. Pero nunca una grabación será comparable a una interpretación en vivo (eso, incluso considerando que hay intérpretes que parecen carecer de vida, de expresividad... de musicalidad, como lo estableció un maestro músico).
Una de las razones por las que desconocemos la música de la antigüedad es porque ya no existen escrituras musicales de esa época (o nunca existieron), pero principalmente es porque en alguno momento se dejó de interpretar por diversidad de razones. Eso es, murió. El tiempo ha sido más misericordioso con las letras del remoto pasado humano, y por eso conservamos algunos vestigios.
El contraste de las artes acústicas con las artes plásticas es más que evidente. Mientras las manifestaciones de éstas saltan a la vista, como la escultura de la Marimba de Efraín Recinos o alguna pintura modernista de Carlos Valenti, por citar un par de obras plásticas que me han impresionado, por otra parte hay muchas obras musicales guatemaltecas que no se han interpretado durante siglos incluso. Una razón más para reiterar la importancia de las investigaciones musicológicas, su publicación y posterior interpretación.
En efecto, reiterando a Papini, los músicos sustraen a la música (valga la redundancia porque la palabra melómano se me hace repugnante, y el escribir compositor sería limitar el quehacer musical a una sola actividad) del inframundo (de la muerte entendida como "el terrible silencio en que yacen... las almas."), como Orfeo a Eurídice, únicamente para después verla a la cara y perderla para siempre (o, sin tanta exageración, hasta la próxima vez que interpreten).
Así, pues, tras el grito triunfal de la Walkiria ha de venir el Ocaso de los dioses.