Dedicado a Leonel Juracán
...
Leonel se sentaba diariamente frente a la computadora y escribía. Porque era un escritor.
Conocía la teoría del “Evolucionismo”, pero no era uno de sus partidarios ni tampoco uno de sus detractores. Había escuchado que el trabajo era el motor de la transformación del mono en hombre; que era lo que transformaba todo y podía resolver los problemas de la sociedad.
…
Ah, pero además tenía una prueba irrefutable de lo anterior.
Leonel tenía un amigo llamado Beto; cuando lo conoció parecía un ser humano cualquiera, sin embargo, un tiempo después comenzó a cambiar, se volvió primitivo, instintivo, tosco, taciturno, receloso. Ya no era el de antes; es más, se dejó crecer la barba y el cabello.
Esa fue la época en que Beto había quedado desempleado.
Todo cambió cuando Beto consiguió un nuevo trabajo. Volvió a su actitud y apariencia de cuando Leonel lo conociera.
Cualquiera pensaría que Beto había pasado por una etapa depresiva debido a su desempleo, mas, Leonel sabía exactamente lo que había sucedido: su amigo había involucionado; era lógico, si el trabajo era el motor de la evolución (de la transformación del mono en hombre), la falta de él era el motor de la involución (de la transformación del hombre en mono).
…
Como dije al principio, cada día, Leonel escribía en el procesador de palabras de su computadora. Ésta se encontraba en un estudio como cualquier otro, hasta que un día no se encontró más.
¿Dónde estaba? ¿Cómo es que había desaparecido?
“Alguien habrá entrado y se la llevó.” Pensó Leonel.
Esto, por supuesto, no era extraño en esta ciudad y en estos tiempos.
Leonel casi no salía de su pequeño apartamento. Era una persona respetable, respetuosa y reservada, quien se dedicaba a escribir, era éste su trabajo. Así que sacó del olvido su vieja y pequeña máquina de escribir.
De pronto, la hasta entonces silenciosa habitación, ¡tronó! (tín). Tac-tac-tacatactactactactac-tactactac-tactac-tac-tíííííín…Etc.
Para Leonel fue algo maravilloso: después de todo, hacía mucho tiempo que no escuchaba ese sonido, el cual lo anegó de inefable nostalgia.
Escribió y escribió, porque seguía siendo una persona respetable, respetuosa y reservada, quien se dedicaba a escribir.
Cuando se sintió cansado se fue a dormir. Había dejado las hojas, sobre las cuales había escrito, junto a la maquinita de escribir.
A la mañana siguiente, no encontró ni la máquina de escribir ni las hojas escritas. No le extrañó(porque en estos tiempos un hurto ya no nos extraña a muchos de nosotros), pero le molestó que se hubiese perdido su trabajo; sí, su trabajo de un día… como si hubiese cesado de existir, como si ese día nunca hubiera existido, como si fuera el día anterior, o, incluso, un día muy anterior…
Ah, y se molestó también, porque ahora recordaba (cosa extraña), porque ahora se daba cuenta (ahora, ¡hasta ahora!), que al llevarse el procesador de palabras, se habían llevado también su trabajo de meses (y lo dejaban como si fuera el mes anterior, o un mes muy anterior, o un tiempo muy anterior…).
Su trabajo, su actividad; ya no se sentía igual sin él, se sentía como una criatura distinta(menos trabajada, menos ajada), un cambio se había operado en él.
Sus palabras, sus conceptos, habían sido sustraídos.
“La evolución del ser humano se dio a partir del concepto, de la palabra, he ahí su importancia.” Le había dicho Iván. Le habían despojado de sus conceptos, de sus palabras; ya no era, ya no podía ser el mismo sin ellos.
“Las desgracias nunca vienen solas…” dijo Gertrudis en Hamlet. ¡Cuán cierto le parecía ahora!
…
Leonel era un ser respetable, respetuoso y reservado, quizás receloso, impulsivo, instintivo… y se dedicaba a escribir, ahora con un bolígrafo, todavía en hojas sueltas.
Era curioso, pero lo que antes le pareciera una desgracia, ahora le resultaba dulcemente nostálgico, como el presente reviviendo el pasado (como cuando de niño había comenzado a escribir cuentitos en un cuadernito).
Escribía libremente, tachaba, hacía notas al margen. Corregía sobre correcciones. Era toda una aventura, era muy entretenido.
¿Primitivo? Quizás. Se acercaba a sus raíces (a nuestras raíces); raíces que van más allá de la cultura o cualquier “división” humana, porque la diversidad es solamente aparente.
Todavía le quedaban conceptos, todavía le quedaban palabras.
Así, escribió hasta que ya no pudo más y se quedó dormido.
Cuando despertó, sintió que algo se repetía, pero de manera distinta, no sabía bien qué: ya no estaban las hojas escritas, ni aquellas en blanco, ni su bolígrafo, ni instrumento alguno para escribir.
No se irritó. La desazón de las veces anteriores había dado lugar a una especie de expectación por ver qué sucedería luego. Lo único que tenía fijo en la mente era que quería escribir.
Con un clavo, talló letras en sus paredes y con las letras formó palabras. Escribió todo el tiempo, mientras quiso hacerlo. Conceptos, palabras, cuyo sentido él se los otorgaba. Cuando ya no pudo más, cesó su actividad y durmió tranquilamente. Si alguna vez le habían molestado los sucesos anteriores, ahora le eran ajenos. Descansó sin preocuparse acerca de lo que pasaría mañana.
Contemplaba los sucesos, las cosas, sin prever, sin soñar, sin recordar.
Porque, alrededor de Leonel… ya no estaban las paredes.
Leonel era un ser respetable, respetuoso y reservado, quizás receloso, impulsivo, instintivo… y se dedicaba a escribir, ahora con un bolígrafo, todavía en hojas sueltas.
Era curioso, pero lo que antes le pareciera una desgracia, ahora le resultaba dulcemente nostálgico, como el presente reviviendo el pasado (como cuando de niño había comenzado a escribir cuentitos en un cuadernito).
Escribía libremente, tachaba, hacía notas al margen. Corregía sobre correcciones. Era toda una aventura, era muy entretenido.
¿Primitivo? Quizás. Se acercaba a sus raíces (a nuestras raíces); raíces que van más allá de la cultura o cualquier “división” humana, porque la diversidad es solamente aparente.
Todavía le quedaban conceptos, todavía le quedaban palabras.
Así, escribió hasta que ya no pudo más y se quedó dormido.
Cuando despertó, sintió que algo se repetía, pero de manera distinta, no sabía bien qué: ya no estaban las hojas escritas, ni aquellas en blanco, ni su bolígrafo, ni instrumento alguno para escribir.
No se irritó. La desazón de las veces anteriores había dado lugar a una especie de expectación por ver qué sucedería luego. Lo único que tenía fijo en la mente era que quería escribir.
Con un clavo, talló letras en sus paredes y con las letras formó palabras. Escribió todo el tiempo, mientras quiso hacerlo. Conceptos, palabras, cuyo sentido él se los otorgaba. Cuando ya no pudo más, cesó su actividad y durmió tranquilamente. Si alguna vez le habían molestado los sucesos anteriores, ahora le eran ajenos. Descansó sin preocuparse acerca de lo que pasaría mañana.
Contemplaba los sucesos, las cosas, sin prever, sin soñar, sin recordar.
Porque, alrededor de Leonel… ya no estaban las paredes.
5 comentarios:
¿Qué le robarán luego? ¿La mente?
No exactamente la mente, Lusifergua, más bien los límites mentales:
"La vida no quiere que nos detengamos, que nos dejemos absorber, sino que pide que nos liberemos de todas las prisiones, de todas las limitaciones, dominándolas. Esto es la apoteosis de toda vida."
Jiddu Krishnamurti. Boletines de la "Estrella", 3er. año, Núm. 18, Nov. - Dic. 1930
Parafraseando, me parece que Krishnamurti expresó, en alguno de sus discursos o textos, algo así como que, "Más allá de las palabras inicia la verdadera comunicación."
A esto hace referencia el cuento.
Me parece justo reconocer la gran influencia de K. sobre mí, misma que he expresado a mi manera.
Atte.
Julio P.
MUY MUY MUY MUY MUY BUENO EL CUENTO.
Muy buen cuento... Me identifiqué con leonel..
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