No fue el dolor, sino la falta de lealtad lo que paralizó a Peter Pan hasta dejarle completamente indefenso. No supo sino quedarse mirando a su enemigo, horrorizado y con los ojos muy abiertos. Todos los niños se quedan así, como Peter Pan se quedó entonces, cada vez que se los trata con injusticia. Una vez los hacemos nuestros, lo mínimo que esperan de nosotros es nuestra lealtad. Después que hemos sido injustos con ellos, nos amarán aún, pero nunca serán los mismos que eran; ninguno vuelve a levantarse de la caída de la primera injusticia. Ninguno, excepto Peter Pan. Porque Peter Pan, tantas veces como tropezaba con la injusticia, volvía a olvidarla, y acaso era ésta la diferencia real que existía entre él y los demás niños.
Del Capítulo VIII "La Laguna de las Sirenas" de Peter Pan y Wendy de J. M. Barrie
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