Me dijo que ella era verdadera. Me dijo, también, que ella era leal.
Después me dijo que ella sabía que yo no era un mercader de las letras, que yo era un lector dedicado.
Entonces, yo sentí deseos de subirla a mi barco, zarpar y huir con ella. Me imaginé los problemas que aquello ocasionaría y, por lo mismo, se lo declaré, no con pena sino en su gloria, "por mujeres como Vd. se han librado guerras".
Pero no, me corrijo, se lo hubiera dicho al huir con ella, si yo tuviera un barco y si la hubiera convencido de acompañarme, si ella no fuera leal a su marido y verdadera al decirme que lo es.
Lo que hice, eso sí, fue adorarla sin decírselo (pero ella intuyéndolo, claro está, porque es leal, es verdadera, pero también es perspicaz) y desearle que pasara una feliz noche.
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