"... la palomilla se abrasa
en la que ama luz augusta.
Así, lector erudito,
quien la razón avasalla;
por seguir el apetito;
en su misma pasión halla
quien castigue su delito."
Dr. G. G. (Rafael García Goyena)
Fábula Moral: La mosca, la hormiga, y la palomilla
Escritos del Doctor Pedro Molina, Tomo I, El Editor Constitucional. Editorial "José de Pineda Ibarra". Segunda edición. Guatemala, 1969. p. 441
Para leer la fábula completa: www.poesiacastellana.es
miércoles, 31 de octubre de 2012
viernes, 26 de octubre de 2012
Poema VIII: Ratón Blanco
Soy un ratón
Recorriendo el centro como si fuera un laberinto
No me interesa qué hay detrás de las fachadas de cartón
O más bien no quiero saberlo
Voy rápido
Como si algo me persiguiera
Sin saber quién o qué
Evito los obstáculos
Trato de no entrar en callejones sin salida
No soy más que un ratón blanco asustado
Recorriendo el centro como si fuera un laberinto
No me interesa qué hay detrás de las fachadas de cartón
O más bien no quiero saberlo
Voy rápido
Como si algo me persiguiera
Sin saber quién o qué
Evito los obstáculos
Trato de no entrar en callejones sin salida
No soy más que un ratón blanco asustado
miércoles, 24 de octubre de 2012
capítulo septuagésimocuarto: la mujer monstruo
Era, o parecía, una mujer; incluso, desde mi punto de vista, una mujer bonita. Pero, por su actitud, se me hizo parecida a una serpiente, de ésas que hipnotizan a sus víctimas.
Su indiferencia hacia mí no contradecía una aturdidora aura de prepotencia, que ella irradiaba.
Pensé que la mitología mentía (¿qué tal de petogrulladas?): las mujeres monstruos no son horrorosas. Pero eso sí, son capaces de convertirlo a uno en piedra si se deja intimidar por la mirada que proyectan esos ojos.
Su indiferencia hacia mí no contradecía una aturdidora aura de prepotencia, que ella irradiaba.
Pensé que la mitología mentía (¿qué tal de petogrulladas?): las mujeres monstruos no son horrorosas. Pero eso sí, son capaces de convertirlo a uno en piedra si se deja intimidar por la mirada que proyectan esos ojos.
martes, 23 de octubre de 2012
capítulo septuagésimotercero: la mujer de mis sueños
Habíamos pasado la noche juntos: desnudos, abrazados sobre la cama, ella adelante y yo atrás, cubiertos por las frazadas. Detuvo todos mis avances porque, según supuse, ella quería que no fuéramos más allá.
Aún así, después de pasar la noche juntos, me pareció que hubiera sido desconsiderado de mi parte no preocuparme por su bienestar cuando al día siguiente ella me dijo que se sentía mal.
Inmediatamente pensé en conseguirle algo caliente para que bebiera; se lo tomó y se sintió mejor. Me lo agradeció mucho.
Creo que le agradó mi gesto, tal vez le pareció tierno, hasta algo inexplicable. A fin de cuentas, ella no sabía que habíamos pasado la noche juntos. El que tuvo ese sueño fui yo.
Aún así, después de pasar la noche juntos, me pareció que hubiera sido desconsiderado de mi parte no preocuparme por su bienestar cuando al día siguiente ella me dijo que se sentía mal.
Inmediatamente pensé en conseguirle algo caliente para que bebiera; se lo tomó y se sintió mejor. Me lo agradeció mucho.
Creo que le agradó mi gesto, tal vez le pareció tierno, hasta algo inexplicable. A fin de cuentas, ella no sabía que habíamos pasado la noche juntos. El que tuvo ese sueño fui yo.
jueves, 18 de octubre de 2012
capítulo septuagésimosegundo: verdadera imagen
Me dijo que ella era verdadera. Me dijo, también, que ella era leal.
Después me dijo que ella sabía que yo no era un mercader de las letras, que yo era un lector dedicado.
Entonces, yo sentí deseos de subirla a mi barco, zarpar y huir con ella. Me imaginé los problemas que aquello ocasionaría y, por lo mismo, se lo declaré, no con pena sino en su gloria, "por mujeres como Vd. se han librado guerras".
Pero no, me corrijo, se lo hubiera dicho al huir con ella, si yo tuviera un barco y si la hubiera convencido de acompañarme, si ella no fuera leal a su marido y verdadera al decirme que lo es.
Lo que hice, eso sí, fue adorarla sin decírselo (pero ella intuyéndolo, claro está, porque es leal, es verdadera, pero también es perspicaz) y desearle que pasara una feliz noche.
Después me dijo que ella sabía que yo no era un mercader de las letras, que yo era un lector dedicado.
Entonces, yo sentí deseos de subirla a mi barco, zarpar y huir con ella. Me imaginé los problemas que aquello ocasionaría y, por lo mismo, se lo declaré, no con pena sino en su gloria, "por mujeres como Vd. se han librado guerras".
Pero no, me corrijo, se lo hubiera dicho al huir con ella, si yo tuviera un barco y si la hubiera convencido de acompañarme, si ella no fuera leal a su marido y verdadera al decirme que lo es.
Lo que hice, eso sí, fue adorarla sin decírselo (pero ella intuyéndolo, claro está, porque es leal, es verdadera, pero también es perspicaz) y desearle que pasara una feliz noche.
martes, 16 de octubre de 2012
Poema VII: La vida es olvido
Los que han renacido son los sin memoria
Porque han olvidado que al final no son más que muertos
Muertos fueron
Muertos serán
La vida es olvido solamente
Qué será la muerte entonces.
Porque han olvidado que al final no son más que muertos
Muertos fueron
Muertos serán
La vida es olvido solamente
Qué será la muerte entonces.
domingo, 14 de octubre de 2012
lunes, 1 de octubre de 2012
cita petoulquiana: la caída de la primera injusticia
...Rápido como el pensamiento (Peter Pan) arrancó el cuchillo del cinturón del Capitán Garfio, y estaba a punto de hundirlo en su enemigo, cuando vio que se hallaba colocado sobre la roca a más altura que el pirata. Así no hubiera sido un combate leal; dio, pues, la mano al pirata para ayudarlo a subir y fue entonces cuando el pirata le clavó su gancho.
No fue el dolor, sino la falta de lealtad lo que paralizó a Peter Pan hasta dejarle completamente indefenso. No supo sino quedarse mirando a su enemigo, horrorizado y con los ojos muy abiertos. Todos los niños se quedan así, como Peter Pan se quedó entonces, cada vez que se los trata con injusticia. Una vez los hacemos nuestros, lo mínimo que esperan de nosotros es nuestra lealtad. Después que hemos sido injustos con ellos, nos amarán aún, pero nunca serán los mismos que eran; ninguno vuelve a levantarse de la caída de la primera injusticia. Ninguno, excepto Peter Pan. Porque Peter Pan, tantas veces como tropezaba con la injusticia, volvía a olvidarla, y acaso era ésta la diferencia real que existía entre él y los demás niños.
Del Capítulo VIII "La Laguna de las Sirenas" de Peter Pan y Wendy de J. M. Barrie
No fue el dolor, sino la falta de lealtad lo que paralizó a Peter Pan hasta dejarle completamente indefenso. No supo sino quedarse mirando a su enemigo, horrorizado y con los ojos muy abiertos. Todos los niños se quedan así, como Peter Pan se quedó entonces, cada vez que se los trata con injusticia. Una vez los hacemos nuestros, lo mínimo que esperan de nosotros es nuestra lealtad. Después que hemos sido injustos con ellos, nos amarán aún, pero nunca serán los mismos que eran; ninguno vuelve a levantarse de la caída de la primera injusticia. Ninguno, excepto Peter Pan. Porque Peter Pan, tantas veces como tropezaba con la injusticia, volvía a olvidarla, y acaso era ésta la diferencia real que existía entre él y los demás niños.
Del Capítulo VIII "La Laguna de las Sirenas" de Peter Pan y Wendy de J. M. Barrie
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