Hace años, la Violeta soñó con que leía un libro titulado "La catedral del mar". Hasta ahí, nada particular. Excepto que lo soñó antes de que fuera publicado el libro homónimo y sin que ella hubiera podido enterarse de manera alguna acerca de este acontecimiento. Es decir, su sueño fue una premonición.
Desde entonces, la Violeta tuvo la inquietud de leer ese libro; quiero decir, desde que se enteró que el libro ya había sido publicado, mucho después de su sueño. Resumiendo, primero soñó acerca del libro (no publicado, quizás en las prensas en ese momento), luego se enteró que se había publicado el libro soñado y, finalmente, sintió deseos de leerlo, para cumplir el sueño, digamos.
Pero como esto de los sueños y la realidad nunca resultan como esperamos (o casi nunca, para no ser absolutistas), este año decidimos leer el libro. Pero con el primer sórdido capítulo tuvimos suficiente. He de confesar que no fue tanto la sordidez como la temática, el tratamiento de la misma, el estilo, los que me hicieron desear no acabar con la lectura, o más bien acabarla aún cuando el libro quedara inconcluso (en cuanto a mi lectura).
Y para realizar el propósito del hado, se me ocurrió que ya que no íbamos a leer "La catedral del mar", todo se arreglaba con escuchar "La catedral sumergida", como he dado en llamar el preludio de Debussy por él titulado "La cathédrale engloutie". Así que, sin más preámbulos, escuchemos.
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