miércoles, 25 de junio de 2008

Paréntesis: Día del maestro

Dedicado a todos aquellos que han sido mis maestros, no digo buenos maestros, porque quien es docente, lo es y punto.
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El día de hoy ha pasado sin mayores cambios. Sin embargo, para mí tiene su importancia puesto que es día del maestro.

Desde que era niño sabía que quería ser maestro, me di cuenta con exactitud a los siete años. Pero, distintos acontecimientos posteriores lograron que para la edad de diecinueve ya detestara la carrera que había estudiado y que repeliera la posibilidad del ejercicio profesional.

Las razones que me hacían rechazar lo que ahora es mi profesión estaban mezcladas justamente con lo que en determinado momento me había decidido a abrazarla, y estaban relacionadas con los docentes quienes tuvieron a su cargo mi educación formal. Esto es, tuve muchos buenos maestros y unos pocos malísimos. Mas, ya sabemos, el balance siempre se inclina por lo negativo.

Aparte que mi práctica docente supervisada fue nefasta. La maestra titular se portó todo lo peor que puede hacerlo una colega, y lo digo con la autoridad que me da el dar clases a jóvenes que estudian magisterio, no es esa la manera de tratar a quienes están preparándose para enseñar.

Resuena en mi mente lo que dijo un catedrático en la Universidad, "los niños no deberían de enseñar a los niños", haciendo referencia a que los maestros al graduarse muy jóvenes y sin verdadera experiencia no tienen la madurez para educar a los más jóvenes. Y no se me hace para nada irracional, por ende, la afirmación de que el magisterio debiera ser una carrera universitaria.

Bueno, al final de cuentas, a lo mejor si hay un fatum, y si no, pues talvez se trate de una ley de causalidad, porque he terminado en lo que se vislumbró en mi segunda infancia, en ser maestro, profe, prof., ya saben Vds. El profe Julio. Y me gusta, bastante.

No creo mentir cuando digo que uno se realiza en los logros de sus alumnos.

Acabo de leer en "2010: Odisea dos" de Arthur C. Clarke, una frase que me recuerda al rol del maestro: "Woody, un comandante puede equivocarse, pero nunca mostrarse inseguro." En ese pequeño universo que son las aulas nos toca dar pasos con certeza, aún cuando no siempre sepamos cuáles serán los resultados. Cuántos errores cometemos, no los justifico, pero quiero señalar que los cometemos sin mala voluntad.

Pues sí, imperfectos, no lo sabemos todo, pero tenemos que aprender siempre todo lo más posible; aprendemos, asimismo, al enseñar y enseñamos lo que recién aprendimos. Pero, más que todo orientamos en cuanto a lo más complicado, si es que nos tomamos el tiempo en tratar de aprenderlo nosotros mismos, lo espiritual, lo interno, lo que nos hace humanos.

Paréntesis: La orquesta nacional de clarinetes

El viernes 20 de junio recién pasado, por la noche, a las 19:30, asistí al miniconcierto de la orquesta nacional de clarinetes en la casa Ibargüen, frente al antiguo palacio de correos (que todavía funciona como tal a fin de cuentas), ahora Centro Cultural Metropolitano.

Una vez, el año pasado, me parece que fue el 21 de diciembre, había asistido, asimismo, al ensamble, único en la historia de la música de Guatemala, de 40 clarinetes, ocasión muy especial para mí, porque, entre otras cosas, de quienes tocaron esa noche, algunos son amigos míos. (Pausadito el párrafo, eh. Como rallentando...)

Pues, tan impresionante como fue en aquella ocasión el escuchar al tal ensamble, en esta, desde el punto de vista de la pedagogía musical y de la experimentación interpretativa entre otros aspectos, fue agradable escuchar a la ya instituida orquesta. Algo que me llena de júbilo, lo digo abiertamente, es ver a los niños y jóvenes ejecutando. Y como dije, a algunas de mis amistades.

El programa fue el siguiente:

Recital de cámara (por alumnos avanzados):

Preludio de La Traviatta - Verdi
Zhardas (que confundí con la palabra "charlas") - Monti
Pieza sorpresa: Super Mario Bros. (Team) - Koji Kondo (este último dato me lo pasó Alejandro Muñoz, quien estaba sentado a la par mía durante la audición)

Orquesta Nacional de Clarinetes, Director Luis Ramírez:

Serenata Nocturna: Allegro - W. A. Mozart
Sinfonía No. 1: Andante - L. V. Beethoven
Concierto para clarinete y orquesta No. 3: Allegro - K. Stamitz
Solista: Linda Carrera

Segunda Llamada - Alejandro Muñoz
Danzas folclóricas rumanas - B. Bartok

Sergio Reyes, solista:

Carnyx - Serban Nichiford

En general, fue una velada agradable. Una sola cosa en la que no coincido fue que en la parte central del concierto, la que le correspondía a la orquesta en su conjunto, se hayan colocado en el programa, tres obras del período clásico, una tras otra. La razón de lo que señalo se debe a que el público, me parece, no está listo para apreciar obras abstractas de manera sucesiva; dicho de otra manera, tiende la gente a aburrirse.

Pero, algo sobresaliente, y que definitivamente captó la atención de todos, fue la acertada participación solista de Linda Carrera, a mi criterio expresiva y bastante precisa.

El estreno de la obra del maestro Alejandro Muñoz, Segunda Llamada, fue otro atractivo de la noche, y una de las razones por las que asistí. Es su obra de tipo contemporáneo y descriptivo, podríamos decir que es hasta cierto punto nocturna. Tiene un carácter breve, adecuado para audiciones incluso didácticas. Será interesante escucharla nuevamente, en arreglos para otro tipo de agrupación.

Y el cierre del concierto fue muy intenso con una participación solista del maestro Sergio Reyes, interpretando Carnyx, obra de gran virtuosismo, en la que Reyes demostró, una vez más, porque es uno de los mejores clarinetistas de Guatemala. Excelente precisión y grande, y virtuosa, expresividad.

martes, 24 de junio de 2008

capítulo cero: el ulqui de peto

"¿Qué es un Petoulqui? " me podrían preguntar.

En algunos casos para comprender mejor algo es necesario analizarlo, descomponerlo en las diversas partes que lo conforman.

De esta manera, si iniciamos con nuestro proceso de análisis, al diseccionar al sujeto conocido como Petoulqui, el resultado inmediato son dos partes desiguales: un Peto y un Ulqui.

Como su sonoridad indica, Peto es la parte del sujeto más moderada, digamos que es la más "menchevique", la más "girondina". Es esa parte reprimida y represora, amante del orden, de la paz (mortal quietud)...

Pero, suficiente de la anterior sección, que ya tendremos bastante de ella después...

¿Qué hay con el Ulqui? ésta es la salsa, el azúcar, la canela (fina, decimos por acá), la misma adulteración, afectación y postura radical que asuma nuestro sujeto (el tal Petoulqui).

El Ulqui está moderado por el Peto (no es casualidad que se llame así, Peto, coraza que resiste todos los embates del exterior y retiene a fuerza todo lo interior. Es peto y parapeto. Y tampoco es casualidad que el nombre del sujeto sea Petoulqui y no Ulquipeto).

Importante es tomar en cuenta, para finalizar, el Petoulqui sin Peto y/o sin Ulqui no podría ser, ídem no puede haber Peto sin Ulqui ni Ulqui sin Peto.

viernes, 20 de junio de 2008

Paréntesis: La música electroacústica y los niños


Uno de los temas que más me interesan de la educación musical es aquel de la apreciación de las obras de música académica y en general.

Durante los 3 años y medio que he impartido clases de formación musical me he dado cuenta de algunos hechos que podrían ser útiles para la sensibilización en el área mencionada, y por otra parte, sé que he descuidado otros.

Uno de mis descubrimientos de agua azucarada ha sido que las obras descriptivas son más fáciles de digerir por los oídos infantiles, por esta razón me mantengo en el período del romanticismo, principalmente planeando audiciones de música programática, exceptuando las que corresponden específicamente a autores de otros períodos. Esto es, que si el compositor que vamos a estudiar es Johann Sebastian Bach, pues escuchamos una obra de él, pero, por ejemplo, preferimos que sea la Toccata y Fuga en Re menor (la cual por cierto no es tan seguro que sea del mencionado compositor), porque a menudo impresiona por la intensidad del órgano de tubos y los niños la asocian desafortunadamente con Drácula o el Fantasma de la ópera (y digo desafortunadamente porque lo que tocaba F. de la O. era, en realidad, el Dies Irae gregoriano, pero ni modo).

Ahora bien, una de mis más grandes sorpresas fue cuando este año, hace menos de un mes, programé la audición de cuarto primaria que corresponde a la música contemporánea II (como aparece en Viva la Música! 4 de la Licda. Ethel Batres).

En el aula de la escuela que corresponde a cuarto, con niños de sobreedad, otros adelantados y los más con los años justos, nos preparamos para escuchar, ¡horror!, el primer movimiento del Concierto de Cámara de Alban Berg, como ejemplo de la música serial (aún cuando ahora descubro, ¡más que horror!, que en realidad es una obra dodecafónica), y fragmentos de los tres movimientos de la Sinfonía de Cámara, op. 9, de Arnold Schönberg, ejemplificando el dodecafonismo.

Pensé que iba a ser un caos. Para empezar, la pequeña grabadora casi no sonaba, y luego, aún cuando ya antes había programado una audición de los mencionados compositores el año anterior pero en otro lugar y había gustado, no sabía qué esperar, pero fue todo un éxito. A los niños les llamó mucho la atención, les hizo recordar la música de los filmes (cosa que había previsto), o la relacionaron con historias de fantasmas. En todo caso les gustó.

Habiendo atravesado esas aguas tortuosas, me preparé para lo que pensé que sería aún más difícil, la tercera audición programada era una composición de música electroacústica del maestro Joaquín Orellana, la cual lleva el título "Humanofonía". Y he aquí mi sorpresa, los niños quedaron fascinados con la obra, ni siquiera pasó por su mente cuestionar el hecho de que fuera música (y lo menciono porque conozco personas adultas que me han dicho de plano que las obras pertenecientes a esta corriente, "No son música"), por el contrario, lo que no les satisfizo en absoluto fue que no escucháramos la obra completa.

Hice el intento en otro establecimiento, con resultados similares, pero en esta ocasión escuchamos "La Feria Fantástica" del maestro Igor de Gandarias.

Lo anterior me ha hecho pensar en algo que ya he compartido con algunos colegas. La música electroacústica ha sufrido cierta cantidad de rechazo entre los maestros músicos y público en general, (en este sentido no es mi intención hacer una generalización irresponsable, mas lo que digo es fácil de constatar), si bien también sé que hay maestros músicos que sí la toman en cuenta, así como cierta cantidad de público que le da seguimiento. (A continuación, tampoco es mi intención hacer una segregación en cuanto a la edad, pero) Creo que la conclusión se hace obvia ante nosotros: el rechazo por la música electroacústica, así como la serial, dodecafónica, aleatoria y cuanta manifestación contemporánea se nos ocurra, se da principalmente en las generaciones mayores de músicos y del público (insisto con sus excepciones), y (claro que habrá que estudiar este fenómeno; y lo será) de una manera inversa, las nuevas generaciones parecen tener una mayor aceptación, incluso la llamaré afinidad, debido a que estas manifestaciones contemporáneas son las de su período de la historia de la música.

A propósito de lo anterior puedo mencionar el caso de un jovencito de 16 ó 17 años que asistió a un recital de Cuarteto Contemporáneo "Guatemala" quien, al preguntarle sobre una obra (El Paso Secreto, de tipo atonal) del maestro Joaquín Orellana que acabábamos de escuchar, me comentó que le había parecido de los más interesante (no recuerdo el término exacto, pero éste me parece que equivale correctamente).

Me parece que esto abre nuevas posibilidades inexploradas e incomprendidas. A lo mejor no es necesario buscar la aprobación de los doctos en música sino, más bien, aquella del público más exigente que existe: los niños.

Imagen: http://www.elperiodico.com.gt/es/20060617/14/28847/ (El maestro Orellana tocando el útil sonoro de su creación, el sinusoidos)

miércoles, 18 de junio de 2008

capítulo decimocuarto: el ratero


Dedicado a Estuardo Pellecer S.
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Esperó a que no quedara ninguno.

Se acercó con naturalidad a la casa. Con unas ganzuas anuló el efecto de la llave que había asegurado doblemente. Después forzó la entrada, porque había quitado la doble llave pero todavía tenía que accionar el picaporte, el cual, sin llavín, solamente podía abrir desde dentro.

Dejó la bicicleta, en la cual había llegado, apoyada en la puerta y entró... a lo desconocido. Porque, a pesar de todas sus observaciones, y de haberse percatado de que no había ninguna persona en la casa, nunca se sabe.

Fue ingresando cautelosamente y se encontró con el segundo obstáculo, una reja que impedía ingresar del zaguán al corredor. Pero esto no le preocupó. A fin de cuentas, he dicho que se encontró con ella no que no supiera con anticipación que estaba ahí. Rompió uno de los anillos de los candados y la reja cedió inútil a su paso.

Fue al primer cuarto, la puerta no estaba con llave, se dirigió al gavetero y forzó el único cajón que tenía seguro, lo sacó del mueble y se fue con él en dirección al segundo cuarto, cuya puerta sí tenía llave; la forzó fácilmente, pero sólo encontró cosas inútiles: libros, discos, montones de papeles, una cama sin tender, ni siquiera le interesó revisar ninguna de las gavetas del escritorio (o eso me supongo, porque ahí siguen los cien quetzales que dejé).

Se fue al corredor con el cajón ese que sí le interesaba y se puso a revisarlo minuciosamente, sólo hubo un hallazgo: dos cadenitas chapadas en oro reventadas y un collar de fantasía...

"¡Qué putas está haciendo aquí!" Le gritó Tato enfurecido cuando al entrar lo encontró así, tan tranquilamente revisando las pertenencias de nuestra madre.

El ratero pegó un salto tan ágil al patio que quién creyera que era tan gordo. A su vez, mi hermano vio hacia todos lados buscando a algún otro saqueador. Mientras lo hacía, el ratero con su agilidad de jaguar o lo que Vds. quieran, dio un brinco, sobre una maceta, y llegó del patio hasta al zaguán, salió por la puerta, la azotó tras de sí, vio a mi madre en el carro, le dijo cortés y con una sonrisa, "Buenos días", se montó en la bicicleta y se fue de tal manera que este año, si participara, a lo mejor lograría el primer puesto en la Vuelta Ciclística.

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Ah, por cierto, aplicado a este caso concreto, al hecho en cuestión, el delito que corresponde a este supuesto es hurto y allanamiento de morada. Esto lo encontré en el código penal guatemalteco, pero como no le atinaba tuve que complementar consultando el Drae, es que a veces no entiendo las palabras...

jueves, 12 de junio de 2008

capítulo decimotercero: el compadre (y la violeta...)


"¿Por qué hemos estado tan calladitos en estos días, M?" pregunto apostróficamente.

Debe de ser por el clima.

Ah, pero no quiero escribir sobre eso.

Sí, ya sé. La lluvia parece tener un efecto común en la gente. Tanto gris no puede ser inocuo. Y este sitio es por definición hogar de la penumbra.

De repente, uno se puede encontrar caminando sin saber porqué, para qué o hacia dónde. De repente, me puedo sentir así.

Bueno, sobre la pregunta suprascrita, conozco más o menos la respuesta. Se me hace que puedo citar a Luis Figueroa, "La mara no tiene sentido del humor. Je je." También he pensado que es por eso que hemos estado callados, M, pero cuando se trata de Lusifergua, las razones siempre van más allá de lo que parece. Ídem, si se trata de Petoulqui. Por algo somos compadres, ¿no es cierto, M?

La verdad es que sí quiero escribir sobre el clima, pero no quiero reconocerlo (ya sabemos que además de la penumbra, aquí predomina la contradicción, sigamos leyendo para comprobarlo aún más...).

Vaya, qué importa, sin tratar directamente de la lluvia y como esto ha estado conmigo mucho tiempo lo voy a sacar (exducere decimos en educación):


Ya estaba publicado, pero hace tanto tiempo y yacía tan escondido. Lo he establecido previamente, mi poesía es vulgar e intrascendente. Pero, en efecto, la lluvia también ha tenido su efecto en mí, no sólo ésta de ahora, sino la de algunos años atrás. Y como ya haya hecho una concesión al público, meses atrás, hoy me hago una concesión a mí.

"Y ese poema, ¿para qué lo has escrito?" me pregunto de una manera no apostrófica.

(¿poema? no exageremos, pero bueno...)

"Pues, no ha sido para dedicárselo a Lusifergua, ciertamente. (Que si lo fuera, eso lo perturbaría por más de una razón... porque no soporta la poesía en verso, y aún más, le sería repulsivo que me dirigiera a él en términos 'tan románticos'...)" me respondo, y continúo explicándome...

"MI AMOR FUE VIOLETA, PERO ANTES HABIA SIDO AZULADO... " escribí una vez.

Pero, quería expresar, "Mi amor fue la Violeta, antes de ella había sido triste..." y luego complementé con, "Después de ella es triste otra vez (el amor/el desamor)." Vino con la lluvia y se fue con ella, sin que volviera a salir el sol, sólo quedó un Azul, pero no como el de Darío. Más bien un Azulado, un azulito...

Así, esto es la lluvia para mí. Pero ya saben, no quiero escribir sobre esto. Solamente quiero reflexionar acerca de porqué hemos estado tan calladitos en estos días...

De manera que,

"¿Por qué hemos estado tan calladitos en estos días, M?"

Imagen: (De derecha a izquierda) Lusifergua y Petoulqui en "Jardínes bajo la lluvia" de Achille-Claude Debussy

lunes, 2 de junio de 2008

capítulo duodécimo: y cuando llegamos, el dinosaurio estaba ahí



Hemos llegado a la tercera parte y final de esta trilogía sobre el transporte urbano en Guatemala.
En esta ocasión narro otra historia completamente verídica acerca de mis experiencias en cuanto a este servicio público/privado de la capital de nuestro país.

Una noche de la semana pasada llegamos a nuestro domicilio con mi hermano, esta vez no en una camioneta sino en el carro de él. Y nos encontramos con un monstruo mecánico obstruyendo parcialmente la puerta del garaje. Ante lo cual quisimos hacer las averiguaciones respectivas, y fuimos con el vecino y su hijo, quien es chófer, a preguntarle la causa de esta situación.

El vecino nos dijo literalmente, "Es que se jodió esta porquería." Nos dimos cuenta que, si queríamos que dejara de ser un estorbo, en algo tendríamos que ayudar.

Minutos después me daba cuenta, entre otras cosas, que habíamos dado un salto en la historia de nuestra querida humanidad, pues ya no estaba ante Trucutú, verán porqué. Además, reconozco que fue interesante vivir una experiencia más de nuestro "absurdo mágico" diario, "empujar una camioneta", lo cual, aún cuando parezca increíble en nuestro medio, nunca me había tocado hacerlo, y menos frente a mi propia casa.

Así, en un momento, nos encontramos empujando el armatoste ese, que no cedía ni un centímetro ante nuestras limitadas fuerzas. Por supuesto, el antiamigo chófer, estaba al volante. La idea era bajar la "camio" de la acera, donde la monta el muy estimado, y empujando entre tres, su padre, mi hermano y yo, repito, no lográbamos moverla.

Es en este punto del relato se hizo patente que, según el materialismo histórico (aún cuando preferiría llamarle "historico", para que sea prosa lírica, claro es) habíamos sufrido un tránsito de los cambios cuantitativos a los cualitativos porque, de haber estado hablando de trogloditas y la época de las cavernas, aparecimos mágica, o absurdamente, en la época del antiguo Egipto, un carácter ejemplar del esclavismo. Así, me sentí transportado a una película tipo Charlton Heston, específicamente "Los Diez Mandamientos", pero bien pudo ser "Ben Hur", o incluso "El Planeta de los Simios" (pero la original de 1968, no esa porquería que filmó Tim Burton), porque tenía ya fuera un capataz egipcio regañándome y apremiándome, "¡Con güevos!" según decía el chófer (aún cuando no entendía, en lo personal, de qué manera podía beneficiar usar las gónadas para un trabajo de esta naturaleza, o, ¿estaría haciendo referencia al huevo, sustento y protección del embrión...?, el caso es que no le pregunté), o para pasar directamente a la fantasía tipo Pierre Boulle, porque un gorila me había esclavizado.

Entonces me pregunté, "¿cuándo perdí mi libertad?" o bien, "¿en qué momento fui a pedir una plaza en Brochas, Inc.?", porque resultó que en ese momento era empleado del Gorila, quiero decir "el capataz".

Al final y con su ayuda, cosa que no le hizo la menor gracia, logramos bajar el chunche de la acera, pero entonces obstruía totalmente nuestra puerta de entrada. Ante lo cual, dijo él, "Por esto no la quería bajar..." y yo pensé, como buen pensador inexpresivo, "Por esto es que no me gusta que me estacionen un bus a la par de mi casa, y Emetra bien gracias, y el mono de oro mejor...".

De una manera sorpresiva, el bolo de la cuadra (y digo "el", artículo singular, pero son "los", un montón...), se ofreció a ayudarnos y logramos hacer retroceder la unidad de transporte, que dejó libre el paso. Y digo que me sorprendió porque nada nos cobró por la ayuda, no pidió un céntimo ni insinuó merecer recompensa alguna. Reconozco que la acción de este personaje anónimo, su auxilio desinteresado, me hizo recobrar la fe en el género humano, en general, y en él, en particular; creo porque he visto, no es fe ciega sino patente. Quiero decir, con todos los defectos que se le pudieran señalar, demostró no carecer de cierta buena voluntad.

Al final, por supuesto sin siquiera decirnos gracias (¿por qué? no era para nuestro beneficio, pues), el chófer se quedó en sus dominios, eso es, montado en su Godzilla.

Y nosotros, mi hermano y un servidor, nos entramos a la casa.


domingo, 1 de junio de 2008

Cuento Original: Las Paredes de Leonel



Dedicado a Leonel Juracán


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Leonel se sentaba diariamente frente a la computadora y escribía. Porque era un escritor.

Conocía la teoría del “Evolucionismo”, pero no era uno de sus partidarios ni tampoco uno de sus detractores. Había escuchado que el trabajo era el motor de la transformación del mono en hombre; que era lo que transformaba todo y podía resolver los problemas de la sociedad.



Ah, pero además tenía una prueba irrefutable de lo anterior.

Leonel tenía un amigo llamado Beto; cuando lo conoció parecía un ser humano cualquiera, sin embargo, un tiempo después comenzó a cambiar, se volvió primitivo, instintivo, tosco, taciturno, receloso. Ya no era el de antes; es más, se dejó crecer la barba y el cabello.

Esa fue la época en que Beto había quedado desempleado.

Todo cambió cuando Beto consiguió un nuevo trabajo. Volvió a su actitud y apariencia de cuando Leonel lo conociera.

Cualquiera pensaría que Beto había pasado por una etapa depresiva debido a su desempleo, mas, Leonel sabía exactamente lo que había sucedido: su amigo había involucionado; era lógico, si el trabajo era el motor de la evolución (de la transformación del mono en hombre), la falta de él era el motor de la involución (de la transformación del hombre en mono).



Como dije al principio, cada día, Leonel escribía en el procesador de palabras de su computadora. Ésta se encontraba en un estudio como cualquier otro, hasta que un día no se encontró más.

¿Dónde estaba? ¿Cómo es que había desaparecido?

“Alguien habrá entrado y se la llevó.” Pensó Leonel.

Esto, por supuesto, no era extraño en esta ciudad y en estos tiempos.

Leonel casi no salía de su pequeño apartamento. Era una persona respetable, respetuosa y reservada, quien se dedicaba a escribir, era éste su trabajo. Así que sacó del olvido su vieja y pequeña máquina de escribir.

De pronto, la hasta entonces silenciosa habitación, ¡tronó! (tín). Tac-tac-tacatactactactactac-tactactac-tactac-tac-tíííííín…Etc.

Para Leonel fue algo maravilloso: después de todo, hacía mucho tiempo que no escuchaba ese sonido, el cual lo anegó de inefable nostalgia.

Escribió y escribió, porque seguía siendo una persona respetable, respetuosa y reservada, quien se dedicaba a escribir.

Cuando se sintió cansado se fue a dormir. Había dejado las hojas, sobre las cuales había escrito, junto a la maquinita de escribir.

A la mañana siguiente, no encontró ni la máquina de escribir ni las hojas escritas. No le extrañó(porque en estos tiempos un hurto ya no nos extraña a muchos de nosotros), pero le molestó que se hubiese perdido su trabajo; sí, su trabajo de un día… como si hubiese cesado de existir, como si ese día nunca hubiera existido, como si fuera el día anterior, o, incluso, un día muy anterior…

Ah, y se molestó también, porque ahora recordaba (cosa extraña), porque ahora se daba cuenta (ahora, ¡hasta ahora!), que al llevarse el procesador de palabras, se habían llevado también su trabajo de meses (y lo dejaban como si fuera el mes anterior, o un mes muy anterior, o un tiempo muy anterior…).

Su trabajo, su actividad; ya no se sentía igual sin él, se sentía como una criatura distinta(menos trabajada, menos ajada), un cambio se había operado en él.

Sus palabras, sus conceptos, habían sido sustraídos.

“La evolución del ser humano se dio a partir del concepto, de la palabra, he ahí su importancia.” Le había dicho Iván. Le habían despojado de sus conceptos, de sus palabras; ya no era, ya no podía ser el mismo sin ellos.

“Las desgracias nunca vienen solas…” dijo Gertrudis en Hamlet. ¡Cuán cierto le parecía ahora!



Leonel era un ser respetable, respetuoso y reservado, quizás receloso, impulsivo, instintivo… y se dedicaba a escribir, ahora con un bolígrafo, todavía en hojas sueltas.

Era curioso, pero lo que antes le pareciera una desgracia, ahora le resultaba dulcemente nostálgico, como el presente reviviendo el pasado (como cuando de niño había comenzado a escribir cuentitos en un cuadernito).

Escribía libremente, tachaba, hacía notas al margen. Corregía sobre correcciones. Era toda una aventura, era muy entretenido.

¿Primitivo? Quizás. Se acercaba a sus raíces (a nuestras raíces); raíces que van más allá de la cultura o cualquier “división” humana, porque la diversidad es solamente aparente.

Todavía le quedaban conceptos, todavía le quedaban palabras.

Así, escribió hasta que ya no pudo más y se quedó dormido.

Cuando despertó, sintió que algo se repetía, pero de manera distinta, no sabía bien qué: ya no estaban las hojas escritas, ni aquellas en blanco, ni su bolígrafo, ni instrumento alguno para escribir.

No se irritó. La desazón de las veces anteriores había dado lugar a una especie de expectación por ver qué sucedería luego. Lo único que tenía fijo en la mente era que quería escribir.

Con un clavo, talló letras en sus paredes y con las letras formó palabras. Escribió todo el tiempo, mientras quiso hacerlo. Conceptos, palabras, cuyo sentido él se los otorgaba. Cuando ya no pudo más, cesó su actividad y durmió tranquilamente. Si alguna vez le habían molestado los sucesos anteriores, ahora le eran ajenos. Descansó sin preocuparse acerca de lo que pasaría mañana.

Contemplaba los sucesos, las cosas, sin prever, sin soñar, sin recordar.

Porque, alrededor de Leonel… ya no estaban las paredes.