-¿Te conté aquel cuento que escribió mi padre cuando tenía como ocho años?
-No.
-¿Querés que te lo cuente?
-…
-Pues, se trataba de una familia de ingleses acomodados por su-puesto, quienes tomaban el té a las cinco...
-No.
-¿Querés que te lo cuente?
-…
-Pues, se trataba de una familia de ingleses acomodados por su-puesto, quienes tomaban el té a las cinco...
Supongamos que Vd. excava constantemente; bueno, porque un día cualquiera se le ocurrió, tuvo el deseo de excavar.
Digo que Vd. ha de excavar constantemente, porque de no hacerlo, podría ser que una persona pícara o bienintencionada (todo es relativo en nuestro postmodernismo, como dijo mi amigo el Señor Luna), recubriera el agujero.
Pero, supongamos que Vd. cava, digo ex – cava constantemente y que de tanto ex – cavar llega al fondo, al final, hasta las antípodas, hasta la China.
Bien, entonces, ahora le puedo contar mi cuento...
Pues, se trataba de una familia de ingleses, acomodados por su-puesto, quienes tomaban el té a las cinco.
“¿Quieréij tecito, darling?”, le preguntaba Lord a Lady cada tarde.
Tenían, digamos, cuatro; no, mejor cinco hijos. Por lo de la hora del té, esa hora de la hierba relajante y afrodisíaca…
Todos los cinco hijos habían sido concebidos en Gran Bretaña, y todos “but of course”, eran típicos ingleses.
No es que Lord fuera un noble en decadencia quien hubiese dilapidado la fortuna familiar, ni que Lady fuera tan caprichosa y exigente que colaborase en la ruina familiar; pero, en cuanto le ofrecieron a Lord un cargo diplomático en China con todos los gastos pagados, como suele decirse, y con una considerable renta, tomó a Lady, a sus “children”, incluyendo a “Baby”, el más pequeño, y a “Nanny”, quien se encargaba de cuidarlos y se embarcó lo más pronto posible, dejándole un dulce y cariñoso mensaje a sus acreedores:
“My Dear Bloodie Bloodsuckers:
Farewell to you, now that I leave you is such a sweet sorrow.
Yours truly,
Lord ...”[1]
Y se largó.
El primer día en China acababan de sonar las seis en el viejo reloj familiar (reliquia recién obtenida en una casa de empeño), cuando Lord y Lady concibieron otro hijo que nació chino, porque naturalmente era de China.
Este muchacho era diferente a sus hermanos. Tenía la sabiduría de Lao Tsé y Confucio, practicaba Kung Fu como los monjes Shaolín, le gustaba comer Chop Suey y su bebida favorita era el Té Verde.
Ahora bien, los padres lo amaban incondicionalmente, pero los hermanos… bueno, no podían obviar las diferencias… es de entenderse, debió pasar todo esto en la época más colonialista del Imperio Británico, con eso del darwinismo social y lo demás. Afortunadamente ya hemos superado esos estadios brutales que denotan la más plena ignorancia y deshumanización…
Un día como cualquier otro (trilladita la frase, ¿no es cierto?), cuando el sol nacía en el lejano oriente, los niños del Commonwealth descubrieron que su posesión más preciada no era posible encontrarla por ninguna parte: la marmita para preparar el té.
El Chino (Como le decían cariñosamente sus folks y sus fellows), no se vio afectado en lo más mínimo, a fin de cuentas él bebía su té verde en un cafetín chino donde también le preparaban chao mein, arroz chino y sopa min (que colocaban en los más selectos jarrones de la dinastía ming).
Sin embargo, aún cuando sus hermanos lo segregaban en todos los aspectos, él no dejaba de quererlos, incluso, con su serenidad confuciana, a pesar de ser mucho más joven que ellos, trataba de comprenderlos, y era fiel a la “Regla de Oro” en todas sus fraternales relaciones.
Ahora que los veía angustiados, con una empatía de la cual carecían sus congéneres, él sufría con ellos.
Utilizando todos sus conocimientos milenarios y su ingenio personal comenzó una exhaustiva investigación, con una exactitud cuasi – matemática.
Al día siguiente, anunció que su investigación estaba concluida. Reunió a toda la familia, incluidos, Lord y Lady, y comenzó un discurso exponiendo los pormenores de lo encontrado. Luego, explicó que era muy penoso para él tener que revelar la identidad del ratero, pues era un miembro de la familia.
Antes de continuar y revelar la clave que resolvía el misterio, cuestionó a su padre de la siguiente manera:
“Y, ¿qué hubierais sentido, querido padre, si lo que se hubiera extraviado fuera vuestra pipa para el opio?”
Con un terrible arrepentimiento en su rostro, el padre señaló el lugar donde se encontraba escondida la marmita. Claro que El Chino ya lo sabía, pero a su vez había logrado reformar a su ahora anciano padre.
Pero, ¿cuál había sido el motivo del hurto de la marmita? Lord, cansado ya de compartirla, la había tomado exclusivamente para su uso personal durante las largas sesiones de opio y lujuria, las cuales compartía con Lady.
De ahí en más, El Chino fue tratado como inglés, se dedicó a resolver toda clase de misterios, asesorando como detective a Scotland Yard, radicándose en Londres. Su nombre era Sherlock Holmes.
…
-Pero qué cursi tu final, eso de develar el misterioso origen de Sherlock Holmes, que por cierto nada tiene de misterioso pues ya ha sido explicado, parece un recursillo moralistoideo y pseudoreivindicativo, el cual a su vez es más denigrante. ¿Cómo está eso de que “De ahí en más, El Chino fue tratado como inglés…”? O sea que alcanzó el grado de inglés, de su inferioridad subió a la categoría de inglés, se superó. Como quien dice, cualquier ser pequeño puede convertirse en un gigante… Es otro patito feo…
-Bueno, entonces me toca arreglarlo…
...
Desde entonces, sus hermanos vieron al más pequeño como él siempre los había visto, como su igual. A fin de cuentas, todos somos diferentes pero en nuestras venas corre una sola sangre.
Digo que Vd. ha de excavar constantemente, porque de no hacerlo, podría ser que una persona pícara o bienintencionada (todo es relativo en nuestro postmodernismo, como dijo mi amigo el Señor Luna), recubriera el agujero.
Pero, supongamos que Vd. cava, digo ex – cava constantemente y que de tanto ex – cavar llega al fondo, al final, hasta las antípodas, hasta la China.
Bien, entonces, ahora le puedo contar mi cuento...
Pues, se trataba de una familia de ingleses, acomodados por su-puesto, quienes tomaban el té a las cinco.
“¿Quieréij tecito, darling?”, le preguntaba Lord a Lady cada tarde.
Tenían, digamos, cuatro; no, mejor cinco hijos. Por lo de la hora del té, esa hora de la hierba relajante y afrodisíaca…
Todos los cinco hijos habían sido concebidos en Gran Bretaña, y todos “but of course”, eran típicos ingleses.
No es que Lord fuera un noble en decadencia quien hubiese dilapidado la fortuna familiar, ni que Lady fuera tan caprichosa y exigente que colaborase en la ruina familiar; pero, en cuanto le ofrecieron a Lord un cargo diplomático en China con todos los gastos pagados, como suele decirse, y con una considerable renta, tomó a Lady, a sus “children”, incluyendo a “Baby”, el más pequeño, y a “Nanny”, quien se encargaba de cuidarlos y se embarcó lo más pronto posible, dejándole un dulce y cariñoso mensaje a sus acreedores:
“My Dear Bloodie Bloodsuckers:
Farewell to you, now that I leave you is such a sweet sorrow.
Yours truly,
Lord ...”[1]
Y se largó.
El primer día en China acababan de sonar las seis en el viejo reloj familiar (reliquia recién obtenida en una casa de empeño), cuando Lord y Lady concibieron otro hijo que nació chino, porque naturalmente era de China.
Este muchacho era diferente a sus hermanos. Tenía la sabiduría de Lao Tsé y Confucio, practicaba Kung Fu como los monjes Shaolín, le gustaba comer Chop Suey y su bebida favorita era el Té Verde.
Ahora bien, los padres lo amaban incondicionalmente, pero los hermanos… bueno, no podían obviar las diferencias… es de entenderse, debió pasar todo esto en la época más colonialista del Imperio Británico, con eso del darwinismo social y lo demás. Afortunadamente ya hemos superado esos estadios brutales que denotan la más plena ignorancia y deshumanización…
Un día como cualquier otro (trilladita la frase, ¿no es cierto?), cuando el sol nacía en el lejano oriente, los niños del Commonwealth descubrieron que su posesión más preciada no era posible encontrarla por ninguna parte: la marmita para preparar el té.
El Chino (Como le decían cariñosamente sus folks y sus fellows), no se vio afectado en lo más mínimo, a fin de cuentas él bebía su té verde en un cafetín chino donde también le preparaban chao mein, arroz chino y sopa min (que colocaban en los más selectos jarrones de la dinastía ming).
Sin embargo, aún cuando sus hermanos lo segregaban en todos los aspectos, él no dejaba de quererlos, incluso, con su serenidad confuciana, a pesar de ser mucho más joven que ellos, trataba de comprenderlos, y era fiel a la “Regla de Oro” en todas sus fraternales relaciones.
Ahora que los veía angustiados, con una empatía de la cual carecían sus congéneres, él sufría con ellos.
Utilizando todos sus conocimientos milenarios y su ingenio personal comenzó una exhaustiva investigación, con una exactitud cuasi – matemática.
Al día siguiente, anunció que su investigación estaba concluida. Reunió a toda la familia, incluidos, Lord y Lady, y comenzó un discurso exponiendo los pormenores de lo encontrado. Luego, explicó que era muy penoso para él tener que revelar la identidad del ratero, pues era un miembro de la familia.
Antes de continuar y revelar la clave que resolvía el misterio, cuestionó a su padre de la siguiente manera:
“Y, ¿qué hubierais sentido, querido padre, si lo que se hubiera extraviado fuera vuestra pipa para el opio?”
Con un terrible arrepentimiento en su rostro, el padre señaló el lugar donde se encontraba escondida la marmita. Claro que El Chino ya lo sabía, pero a su vez había logrado reformar a su ahora anciano padre.
Pero, ¿cuál había sido el motivo del hurto de la marmita? Lord, cansado ya de compartirla, la había tomado exclusivamente para su uso personal durante las largas sesiones de opio y lujuria, las cuales compartía con Lady.
De ahí en más, El Chino fue tratado como inglés, se dedicó a resolver toda clase de misterios, asesorando como detective a Scotland Yard, radicándose en Londres. Su nombre era Sherlock Holmes.
…
-Pero qué cursi tu final, eso de develar el misterioso origen de Sherlock Holmes, que por cierto nada tiene de misterioso pues ya ha sido explicado, parece un recursillo moralistoideo y pseudoreivindicativo, el cual a su vez es más denigrante. ¿Cómo está eso de que “De ahí en más, El Chino fue tratado como inglés…”? O sea que alcanzó el grado de inglés, de su inferioridad subió a la categoría de inglés, se superó. Como quien dice, cualquier ser pequeño puede convertirse en un gigante… Es otro patito feo…
-Bueno, entonces me toca arreglarlo…
...
Desde entonces, sus hermanos vieron al más pequeño como él siempre los había visto, como su igual. A fin de cuentas, todos somos diferentes pero en nuestras venas corre una sola sangre.
Fin
[1] Mis queridos sangrientos (en la acepción de malditos) chupasangre:
Hasta nunca a Vds., ahora que los dejo es un sufrimiento tan dulce.
Sinceramente suyo,
Lord
Hasta nunca a Vds., ahora que los dejo es un sufrimiento tan dulce.
Sinceramente suyo,
Lord
4 comentarios:
Pues no sè si Arthur Conan Doyle esté en completo de acuerdo, pero en lo que respecta, me queda decir: muy bien el cuento tuyo.
Saludos de un querido sangriento.
Bastante predecible lo de Sherlock Holmes, ¿o no?
Aunque nunca me imaginé chino a Sherlock Holmes, el cuento jala y no suelta, se nota el desenfado y eso es lo bonito de hacer cuentos, de hacer literatura, tergiversar los limites y darles un sentido propio, nuevo. Me gustó mucho, felicitaciones. Y gracias por la anterior visita.
Que bonito cuento, y también el arreglo del final. :D
Saludos!
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