"¡¿Quién ha dicho sofista...?!" Preguntó Platón consternado.
"Pues, no lo dije, pero lo escribí." Respondió Peto.
"Y, ¿qué te impulsó a utilizar semejante palabra enemiga de la verdad?"
"Pues, te diré que no estoy muy seguro, tendré que releer el capítulo cero anterior...
nada de sofisticado (a lo mejor sí una pizca de sofista), nada de interesante (usemos esta palabra, pronto la reemplazamos por una más adecuada...)"
"Y, ¿la has reemplazado?"
"Pues no, ciertamente."
"Pero, ¿cómo es posible? es que, acaso, no te provoca inquietud el haberte autodenominado sofista, algo tan indigno. O, ¿es que, acaso, lo eres?"
"Supongo que en ocasiones..."
"Entonces, se hace imprescindible que te tome como mi alumno y te aleje de ese camino de perdición."
"Pues, justamente, hoy terminé de leer tu República. Hace ocho años había comenzado a leerla, pero me alejé de tus escritos (justo en el libro sexto, ya antes había leído el séptimo "el mito de la caverna") porque nunca me gustó que justificaras el esclavismo, ni que, según mi criterio, tersgiversaras las ideas de tu maestro."
"Pero, ¿es que acaso hay otro modo de vida que no esté basado en la posesión de esclavos?" preguntó Platón con incredulidad.
"Según van las cosas en el mundo actualmente, tal parece que no." Le respondí sarcásticamente.
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