jueves, 31 de julio de 2008

capítulo vigésimo: sólo sé que nada sé


Al desbordar (para implicar que nos bajamos de) el Transmetro en la Plaza Barrios, nos dimos cuenta, para mi semi-agradable sorpresa, que ya había un par de camionetas esperándonos (bueno, no a Plato y a mí sino a cualquiera dispuesto a pagar sus Q.5.00), cosa que nos alegró bastante, en especial a mí (pero creo que a Platón también) porque ya eran las 9:30 P.M. y me parece que el amigo de la sabiduría comenzaba a comprender cuán "real" es Guatemala.

Mientras atravesábamos la calle para transbordar, nos topamos con un hombre maduro, barbado, casi calvo, con una prominente barriga, vestido casi en harapos pero con una dignidad inconfundible: era Sócrates.

No perdí el tiempo en preguntarme (ni en preguntarle), ¿Qué hacía ahí, precisamente a esa hora?

Mejor preparé los Q.15.00 de nuestros pasajes y abordamos, Gran Maestro (Sócrates), Mediano Maestro y Alumno del Grande (Platón) y Maestro de Primaria y Alumno del Mediano (Peto).

Retomamos el tema de los sofistas y el amante de la sabiduría (Sócrates, puesto que Platón sólo es amigo de Sofía), recordó con entusiasmo viejas batallas, y ante mi pregunta sobre cuál era su opinión acerca de la obra de Aristófanes titulada las Nubes, me respondió con una franca carcajada y añadió: "Así que Sócrates dijo alguna vez, 'Volveré sobre las nubes con rayos y centellas para castigar a mis jueces'." Y se rió de una manera que rayaba en lo absurdo y confieso que me reí con él. Mas, Platón parecía algo indignado con el comportamiento de su maestro, supuse que el de las anchas espaldas pensaba, "y yo que hice todo lo que pude por caracterizarlo tan digno y éste que actúa así"; eso pasa, ciertamente, por idealizar a las personas. Pero, luego, Platón no pudo evitar decir con emoción, "Mas, no cabe duda que no hay mejor hombre que Sócrates." Y yo ya estaba comenzando a compartir la idea.

martes, 29 de julio de 2008

capítulo decimonoveno: viajando por el mundo de las ideas


Apretados a más no poder (no es una figuración, lo digo en sentido literal) dentro del Transmetro, desde la estación El Carmen hacia la Barrios, conversábamos animadamente con Platón. Se puede decir entonces que eran los diálogos entre P. y P. (Plato y Peto, miren que pongo antes al maestro).

Mientras transcurría este diálogo que ha de ser titulado El Peto (por ser un servidor uno de los protagonistas) o Diálogo del Transmetro (por lo suprascrito), creo que Arístocles comenzó a cuestionar seriamente sus idealismos extremos, porque nada hay para conmocionar el mundo de las ideas de cada persona como el hecho de existir en la ciudad de Guatemala (aún cuando tampoco creo que nuestro modus vivendi le convenga a ningún existencialista. Se me hace que acá sólo podemos vivir los cómi-trágicos del absurdo).

Y así, Platón y quien escribe parecíamos Iván Dmítrich (el Peto) y Andrei Efímich (Platón) de la novela corta de Anton Chéjov "La sala número seis" , es decir una especie de Panza y Mancha (eso es Sancho y Quijote, pero un Panza algo quijotizado y un Quijote... sanch... izado supongo que es el término). Se me hace que a cada parada en una terminal con su respectivo egreso/ingreso de pasajeros, el amigo de la sabiduría comenzaba a cuestionar mucho sus ideas.

"Pero, es que parecemos semovientes." Protestó Platón ante la incomodidad.

"Bienvenido a Guatemala." Le respondí con renovado sarcasmo, y añadí, "tomátelo con filosofía."

domingo, 27 de julio de 2008

capítulo decimoctavo: "¿quién dijo sofista...?"


"¡¿Quién ha dicho sofista...?!" Preguntó Platón consternado.

"Pues, no lo dije, pero lo escribí." Respondió Peto.

"Y, ¿qué te impulsó a utilizar semejante palabra enemiga de la verdad?"

"Pues, te diré que no estoy muy seguro, tendré que releer el capítulo cero anterior...

nada de sofisticado (a lo mejor sí una pizca de sofista), nada de interesante (usemos esta palabra, pronto la reemplazamos por una más adecuada...)"

"Y, ¿la has reemplazado?"

"Pues no, ciertamente."

"Pero, ¿cómo es posible? es que, acaso, no te provoca inquietud el haberte autodenominado sofista, algo tan indigno. O, ¿es que, acaso, lo eres?"

"Supongo que en ocasiones..."

"Entonces, se hace imprescindible que te tome como mi alumno y te aleje de ese camino de perdición."

"Pues, justamente, hoy terminé de leer tu República. Hace ocho años había comenzado a leerla, pero me alejé de tus escritos (justo en el libro sexto, ya antes había leído el séptimo "el mito de la caverna") porque nunca me gustó que justificaras el esclavismo, ni que, según mi criterio, tersgiversaras las ideas de tu maestro."

"Pero, ¿es que acaso hay otro modo de vida que no esté basado en la posesión de esclavos?" preguntó Platón con incredulidad.

"Según van las cosas en el mundo actualmente, tal parece que no." Le respondí sarcásticamente.

sábado, 26 de julio de 2008

capítulo cero: la condición petoulquiana

Es interesante (¿o será mejor decir inquietante?) cómo uno pasa la vida queriendo ser lo que uno es, creyendo que no lo es y, al mismo tiempo, tratando de ocultarlo.

Bueno, uno no, yo.

Yo he tratado de ser quien soy, y sí, siempre creí que a lo mejor yo no era yo y, aún peor, traté de ocultar lo que soy.

Pero, ¿qué soy? - se preguntarán Vds. - o más bien, ¿quién soy?

Difícil pregunta, ciertamente. Difícil el responderla, quiero decir.

Cuando era un jovencito (se supone que aún soy joven; se supone, lo aclaro) tenía la manía propia de la edad de querer ser diferente. Hubiera utilizado el término destacar, pero creo que resaltar, sin embargo, nunca ha sido lo mío.

Me gusta ser reconocido por lo que hago y por quien soy, pero no ser muy notorio (miren que pongo "muy". Sí, pongo como gallina).

Pues, decía, quería ser diferente, no el común de la gente.

Pero, ahora viéndolo bien, no sé cuál era este empeño de ser diferente. Más bien, no es que no sepa cuál sino, ¿a qué venía este empeño? No era necesario. Corrijo, era completamente innecesario.

En la adolescencia (etapa crítica), uno (yo/cualquiera) tiene (como contrapuesto a mi mentado empeño), una necesidad psicológica de pertenecer.

He ahí la contradicción:

Veamos, por una parte quiero (como adolescente que soy/que fui) estar afuera, ser individuo digamos; por la otra, quiero estar adentro, ser parte de la masa.

Quiero ser libre (digamos que "libre"), pero no quiero estar solo.

Cuando quiero encajar no encajo, pero en las antípodas, si no se reconocen mis características individuales, rabio.

Y así he estado desde esos años. Chocando en cada grupo del cual haya formado parte. Por... pues, por no haber encajado. Tarde o temprano surgen las rencillas o, simplemente, me harto.

Así que, por pose (sí, por "pouser" [sic]), dije, en esa época, que era un Lobo Estepario, un Wontolla, con todo el romanticismo adolescente de un Hamlet, de un Werther ("te lo dije, que volveríamos a vernos"). Pero no, esto de sentirse una fiera solitaria, aislada, no tiene nada de romántico (¿qué tal de paradojas? ¿eh?).

Esto de parecer Juan Pablo Castel, entunelado, no tiene nada de gracioso (si hubiera querido implicar chistoso, habría empleado este término), nada de sofisticado (a lo mejor sí una pizca de sofista), nada de interesante (usemos esta palabra, pronto la reemplazamos por una más adecuada...)

Llega uno a los veintiocho años (pero sintiéndose más viejo... ah, y uno soy yo, no lo olvidemos) y se da cuenta (estoy consciente, sí) que estoy más solo que... (insértese símil metafórico tipo "Así estoy yo sin ti" de Sabina), ajá.

capítulo decimoséptimo: la petoúlquina amarilla


Imagen por Lusifergua.

...
"Y si es nena, ¿cómo le van a poner?"

"Pues será Petoúlquina María." Respondió Petoulqui.

"¡¿Petoúlquina Amarilla?!"

"No, Petoúlquina Ma-rí-a." Explicó tranquilamente Peto.

"¿Pero es que, acaso han pensado en las consecuencias de bautizarla con ese nombre?"

Aún cuando ya sabía a qué se refería su tío, Peto contesto cortésmente que no.

"Es que los niños son crueles, sus burlas podrían producirle un trauma psicológico a tu hija, sin mencionar las complicaciones en cuanto a su futura vida social, la escuela, el trabajo..."

"Por eso, justamente, he escogido María como el segundo nombre; así la niña tendría este apelativo más que convencional a la par que el más que exótico de Petoúlquina."

Y fue niña. Como Peto lo hubiera previsto. Para su sorpresa, porque Peto difícilmente confiaba (confía) en sus propias previsiones.

Y como niña que era se convirtió del padre, de Peto, en su Petúlquina, Petúlquiña... Túlquiña.

¿Por qué menciono a la tal Túlquiña? Porque no hay otro ser que se le parezca más al Peto que la Túlquiña, quizás exceptuando a Tato (Tatu según la Túlquiña), el hermano de Peto. Pero no, realmente Tato es bastante diferente a Peto.

Ya he dicho alguna vez, "un petoulqui", pero, en verdad, ¿cuántos petoulquis hay? según parece sólo uno.

Le ha tomado algún tiempo aceptarlo, y un tanto más entenderlo, pero Petoulqui sólo hay uno.

Por tanto, no es coincidencia que leyera, el Peto, con tanta atención los comics de Superman, a fin de cuentas este superhéroe es "El último hijo de Krypton".

Es raro esto de ser desaptado, alienígena, extranjero y demás adjetivos que impliquen lo equivalente.

sábado, 19 de julio de 2008

capítulo decimosexto: ¿qué es un emo?


"Querido Werther, después de estudiar tu caso detenidamente, no me queda la menor duda de cuál es el diagnóstico: Sos un emo." Sentenció Petoulqui.

"Pero, querido Petoulqui, ¿qué es un emo?" Preguntó Werther.

Difícil era explicárselo. A fin de cuentas, Werther era un hombre alemán del siglo XVIII, con un frac azul y un chaleco amarillo. Pero, Peto hizo lo posible por hacérselo entender.

"Un emo es una persona quien es muy sentida con sus emociones, que sufre por el dolor de estar vivo, pero principalmente por la persona que ama, por la persona amada."

"Ah, como yo sufría por mi imposible anhelo por Carlota..." Intervino Werther.

"Exactamente, Werther." Concluyó Peto.

"Ah, entonces, creo que sí fui un emo." Reconoció Werther con una sonrisa que reflejaba la paz del que ya ha ido más allá de lo incomprensible, del absurdo de la condición humana (la cual no debe confundirse con la condición petoulquiana). "Pero ya no lo soy."

"No cabe duda que lo único constante es el cambio" pensó Petoulqui, "ya decía yo, todos cambiamos, todos crecemos, no importa cuánto nos duela, y el desdichado joven Werther que fue ayer se convierte en el sereno anciano Johann W. von Goethe de hoy. Se me hace que esa W es de Werther y no de Wolfgang."

Despidiéndose, el eterno joven pronunció sus últimas palabras, "Bueno, Petoulqui querido, me voy, pero no lo olvides, volveremos a vernos."

sábado, 12 de julio de 2008

Paréntesis: Acerca de lo anónimo




He pensado últimamente (y desde hace tiempo, la verdad) acerca del fenómeno "anónimo".

Si nos remitimos a la raíz griega, lo anónimo es lo sin nombre.

Creo que no soy afín a lo anónimo. Más bien me gustan los nombres, por la razón que sea. No oculto el mío, tengo un seudónimo pero no soy anónimo. Hay quien me ha dicho que el anonimato nos libra de cierto protagonismo; no sé con qué fin alguien querría, en el ámbito artístico, evadir el protagonismo. De todas maneras, sin anotar su nombre el escritor se plantea a sí mismo como protagonista implícito, siempre, y explícito, si así lo desea, de lo que escribe.

Me parece que uno es lo que escribe: la forma como el autor se expresa por medio de la palabra escrita habla de él, lo explica, lo muestra. ¿Será ésta una razón para no presentarse como "el autor" sino, más bien, mantenerse en el anonimato? ¿A lo mejor la persona no está orgullosa de lo que escribe? ¿O será más bien que el anonimato le permite cierta impunidad, de manera que puede decir lo que quiera?

Pero, ¿qué es esto de decir lo que se quiera? Tantas veces he leído y escuchado sobre la libertad de expresión y aún así nos esclavizamos (sí, todos, los demás y un servidor) de las opiniones de otros: de los sabios, de los maestros espirituales, de los científicos, de los políticos, de los artistas (y específicamente para quienes amamos la literatura, de ciertos autores).

Y por otra parte, nos convertimos en esclavos de las tonterías que proferimos, o que incluso dejamos por escrito para dejar registro de ello. Ni siquiera he de enfatizar la cantidad de obcenidad o simple vulgaridad que aparece por todas partes. Y si hay anonimato, pues qué cómodo, no es cierto. ¿Para qué responder por lo dicho?

Este artículo no es sobre cualquier clase de anónimo, no.

Hay anónimos talentosos como el que escribió El Lazarillo de Tormes, que quién sabe porque no lo firmó (a lo mejor no le interesaba), o hay anónimos como el que trabaja toda la vida para el bien de los suyos y de la comunidad en general sin que llegue a ser reconocido.

Este artículo es, eso sí, sobre el anónimo que no quiere que se sepa quién es porque no le es conveniente, porque su calidad de "sin nombre" le otorga impunidad, irresponsabilidad o, según su manera de pensar, un misterioso atractivo.

Anónimo, ¿sin nombre o sin vergüenza? ¿sinvergüenza igual a descarado? Descarado, sí. No por lo irreverente sino porque no tiene cara, es nadie.

miércoles, 2 de julio de 2008

Cuento Original: El Chino

Imagen: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/8a/Japanese_Teapot.jpg


-¿Te conté aquel cuento que escribió mi padre cuando tenía como ocho años?
-No.
-¿Querés que te lo cuente?
-…
-Pues, se trataba de una familia de ingleses acomodados por su-puesto, quienes tomaban el té a las cinco...

Supongamos que Vd. excava constantemente; bueno, porque un día cualquiera se le ocurrió, tuvo el deseo de excavar.

Digo que Vd. ha de excavar constantemente, porque de no hacerlo, podría ser que una persona pícara o bienintencionada (todo es relativo en nuestro postmodernismo, como dijo mi amigo el Señor Luna), recubriera el agujero.

Pero, supongamos que Vd. cava, digo ex – cava constantemente y que de tanto ex – cavar llega al fondo, al final, hasta las antípodas, hasta la China.

Bien, entonces, ahora le puedo contar mi cuento...

Pues, se trataba de una familia de ingleses, acomodados por su-puesto, quienes tomaban el té a las cinco.

“¿Quieréij tecito, darling?”, le preguntaba Lord a Lady cada tarde.

Tenían, digamos, cuatro; no, mejor cinco hijos. Por lo de la hora del té, esa hora de la hierba relajante y afrodisíaca…

Todos los cinco hijos habían sido concebidos en Gran Bretaña, y todos “but of course”, eran típicos ingleses.

No es que Lord fuera un noble en decadencia quien hubiese dilapidado la fortuna familiar, ni que Lady fuera tan caprichosa y exigente que colaborase en la ruina familiar; pero, en cuanto le ofrecieron a Lord un cargo diplomático en China con todos los gastos pagados, como suele decirse, y con una considerable renta, tomó a Lady, a sus “children”, incluyendo a “Baby”, el más pequeño, y a “Nanny”, quien se encargaba de cuidarlos y se embarcó lo más pronto posible, dejándole un dulce y cariñoso mensaje a sus acreedores:

“My Dear Bloodie Bloodsuckers:

Farewell to you, now that I leave you is such a sweet sorrow.

Yours truly,

Lord ...”[1]

Y se largó.

El primer día en China acababan de sonar las seis en el viejo reloj familiar (reliquia recién obtenida en una casa de empeño), cuando Lord y Lady concibieron otro hijo que nació chino, porque naturalmente era de China.

Este muchacho era diferente a sus hermanos. Tenía la sabiduría de Lao Tsé y Confucio, practicaba Kung Fu como los monjes Shaolín, le gustaba comer Chop Suey y su bebida favorita era el Té Verde.

Ahora bien, los padres lo amaban incondicionalmente, pero los hermanos… bueno, no podían obviar las diferencias… es de entenderse, debió pasar todo esto en la época más colonialista del Imperio Británico, con eso del darwinismo social y lo demás. Afortunadamente ya hemos superado esos estadios brutales que denotan la más plena ignorancia y deshumanización…

Un día como cualquier otro (trilladita la frase, ¿no es cierto?), cuando el sol nacía en el lejano oriente, los niños del Commonwealth descubrieron que su posesión más preciada no era posible encontrarla por ninguna parte: la marmita para preparar el té.

El Chino (Como le decían cariñosamente sus folks y sus fellows), no se vio afectado en lo más mínimo, a fin de cuentas él bebía su té verde en un cafetín chino donde también le preparaban chao mein, arroz chino y sopa min (que colocaban en los más selectos jarrones de la dinastía ming).

Sin embargo, aún cuando sus hermanos lo segregaban en todos los aspectos, él no dejaba de quererlos, incluso, con su serenidad confuciana, a pesar de ser mucho más joven que ellos, trataba de comprenderlos, y era fiel a la “Regla de Oro” en todas sus fraternales relaciones.

Ahora que los veía angustiados, con una empatía de la cual carecían sus congéneres, él sufría con ellos.

Utilizando todos sus conocimientos milenarios y su ingenio personal comenzó una exhaustiva investigación, con una exactitud cuasi – matemática.

Al día siguiente, anunció que su investigación estaba concluida. Reunió a toda la familia, incluidos, Lord y Lady, y comenzó un discurso exponiendo los pormenores de lo encontrado. Luego, explicó que era muy penoso para él tener que revelar la identidad del ratero, pues era un miembro de la familia.

Antes de continuar y revelar la clave que resolvía el misterio, cuestionó a su padre de la siguiente manera:

“Y, ¿qué hubierais sentido, querido padre, si lo que se hubiera extraviado fuera vuestra pipa para el opio?”

Con un terrible arrepentimiento en su rostro, el padre señaló el lugar donde se encontraba escondida la marmita. Claro que El Chino ya lo sabía, pero a su vez había logrado reformar a su ahora anciano padre.

Pero, ¿cuál había sido el motivo del hurto de la marmita? Lord, cansado ya de compartirla, la había tomado exclusivamente para su uso personal durante las largas sesiones de opio y lujuria, las cuales compartía con Lady.

De ahí en más, El Chino fue tratado como inglés, se dedicó a resolver toda clase de misterios, asesorando como detective a Scotland Yard, radicándose en Londres. Su nombre era Sherlock Holmes.



-Pero qué cursi tu final, eso de develar el misterioso origen de Sherlock Holmes, que por cierto nada tiene de misterioso pues ya ha sido explicado, parece un recursillo moralistoideo y pseudoreivindicativo, el cual a su vez es más denigrante. ¿Cómo está eso de que “De ahí en más, El Chino fue tratado como inglés…”? O sea que alcanzó el grado de inglés, de su inferioridad subió a la categoría de inglés, se superó. Como quien dice, cualquier ser pequeño puede convertirse en un gigante… Es otro patito feo…

-Bueno, entonces me toca arreglarlo…

...

Desde entonces, sus hermanos vieron al más pequeño como él siempre los había visto, como su igual. A fin de cuentas, todos somos diferentes pero en nuestras venas corre una sola sangre.




Fin




[1] Mis queridos sangrientos (en la acepción de malditos) chupasangre:

Hasta nunca a Vds., ahora que los dejo es un sufrimiento tan dulce.

Sinceramente suyo,

Lord

capítulo decimoquinto: el petoulqui de julio

Petoulqui dice:

"Ahora cabe preguntarse:

¿Hubo realmente un capítulo séptimo originalmente o nunca estuvo ahí después de todo? ¿Es todo esto parte de un plan para confundir a la fina persona lectora?

¿Es el siete realmente el 'capítulo perdido'?

¿Quién podría responder a estas preguntas?

Definitivamente, esta es otra maquinación del tal Julio (sí, también me refiero a él de manera cariñosa...). Más allá de cualquier rencilla personal, lo único que deseo es exigir justicia. No estoy dispuesto a olvidar esta afrenta, no para mí sino para mis heroicas personas lectoras."

martes, 1 de julio de 2008

capítulo 7, "el capítulo perdido": el julio de petoulqui

Ya hemos dicho que Julio lleva escondido dentro de sí a un Petoulqui (a un tal Petoulqui, como le llamamos cariñosamente), pero nada se ha dicho del hecho que Petoulqui también carga en su interior con un Julio...

Y hemos elegido justo este momento para revelarlo.

¿Por qué?

Pues, porque este es el primer día del mes de julio, el séptimo del año, así como ese capítulo que quedo perdido en las sombras sin que persona alguna se diera cuenta...

Sí, no había capítulo 7. O más bien, en realidad lo hubo, pero desapareció. Y como muchas cosas a lo mejor intrascendentes para la mayoría, ninguna persona jamás preguntó por su paradero.

Pero, si bien este capítulo estaba perdido, de ninguna manera estaba extraviado. Al contrario, este capítulo estaba plenamente consciente de su dirección, de su objetivo, de su propósito: revelar que así como hay un tal Julio Pellecer también hay un Petoulqui Jacobo, y que si dentro del primero está el segundo, a su vez, dentro del segundo está el primero.

¿Y qué es un Petoulqui? Conozcan a Julio P. y lo sabrán. Pero, es difícil conocerlo. Creo que ni él mismo se conoce...

Asimismo, este capítulo abre no el segundo semestre del blog sino el del año. 6 meses para escribir, para encontrarse, reencontrarse y desencontrarse.

Ayer, 30 de junio, fue uno de los días más controversiales para Julio y para Petoulqui.

Ya no estoy seguro de muchas cosas. He decidido que, en cuanto a la palabra héroe se refiere, abrazo la expresión "no hay nada sagrado", y en cuanto a la vida misma, esta otra, "es de lo más sagrado". ¿Quién puede decidir sobre la vida de otro ser humano? ¿Quién? ¿Un héroe? ¿Un monstruo? ¡¿Quién?!

Ya basta de todo... pero sólo por un momento... para respirar (un proceso con al menos dos partes: aspirar y espirar).

Mucho peso, ciertamente...

Pero, tras el respiro, a retomar la marcha.