domingo, 13 de mayo de 2012

capítulo sexagésimotercero: el juego

"Jugué a ser la muerte. No la muerte verdadera sino aquella alegórica y antropomórfica de los cuentos y poemas, la que puede ser madrina de un hombre o hacer bailar a los cadáveres al compás de su violín."

Soldados españoles del siglo de oro, piratas, asaltantes de bancos prófugos de la justicia, pícaros, burladores, celestinas, bravucones, esquizofrénicos paranoicos violentos, caballeros, hechiceros, brujas, oficiales del ejército británico, lores, almirantes de la armada británica, marinos británicos, almirantes de la armada española, genios del mal, y demás tipos que me haya encontrado en mis incursiones literarias (y que ahora no tengo presentes), han dejado una honda impresión en mí, en mi mundo interior, en mi mente, donde ya no pueden hacerle daño a nadie (excepto quizás a mí).

Es un hecho incontrovertible que admiro el valor de los tercios españoles y demás hombres de armas hispánicos que habitaron esa nebulosa región cronológica denominada con imprecisión (porque atraviesa dos y no uno) Siglo de Oro español. Lo dijo Pérez-Reverte en las primeras líneas del Capitán Alatriste, "no era el hombre más piadoso, ni el más honesto... pero era un hombre valiente". Y así, habrán sido muchos otros. Pero, en esta mentira que se llama historia no queda nada realmente claro; será por eso que prefiero la versión literaria, porque no me creo la oficial, y al final todo es un gran rollo y nada más.




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