Cierto día la mamá de Juanito le pidió que llevara unos tamales que había hecho a casa de su tío Chente y su tía Tencha, lo cual para variar no hizo mucha gracia al patojo, pues tenía que caminar por dos horas en medio de espesa selva del Caribe de Guatemala. Armado con su resortera se encaminó fuera de la aldea, internándose por el camino de los siete altares, montaña adentro, para encontrar la parcela de sus tíos.
A Juanito le gustaba el río Quegueche porque en las cascadas que forma se criaban los minúsculos pececillos que al nadar con él le mordían la planta de los pies haciéndole cosquillas. No resistiendo la tentación y el calor veraniego se metió a nadar dejando el canasto con los tamales sobre una roca alta para evitar que cayeran al agua.
Nadó un buen rato, vio navegar los barcos de hojas secas en la corriente del río, a ratos una jaiba bebé caminaba por la orilla y topaba con una de estas embarcaciones, enfrascándose en una lucha de honor por no ceder el paso. Entre sus juegos favoritos estaba el tratar de atrapar los peces en su puño, que al cerrarlo salían disparados bajo del agua.
En una de esas salidas va viendo a un par de pizotes dándose una hartada de tamales de lo más tranquilos. Salió como una flecha y de un solo tomó la resortera y a pedrada limpia les arrancó lo que quedaba del encargo familiar, es decir casi nada.
- Hoy sí me va a caer! -se decía Juanito mientras un nudo en la garganta se le cerraba y no dejaba escapar un lagrimón (pues los hombres no deben llorar).
- Que te pasó vos? – escuchó. Volteando a ver a una quija sobre una piedrota.
- Este par de pizotes pisados me dejaron sin los tamales de mi tía.
- Pedile ayuda a ese mono araña que esta va de columpiarse allá arriba.
- Vos mico araña, me podés ayudar?
- Cómo que vos mico araña? “Señor Mico”, vos patojo.
- Señor Mico, puede usted ayudarme con este problema? Necesito conseguir unos tamales con urgencia!
- Tranquilo mijo, acá tengo algo mejor que los tamales, que seguro les gustará.
Seguidamente el Señor Mico, se paseó ruidosamente de un árbol a otro buscando entre las ramas, le tiró un par de bolas verdes y amarillas: Un par de mazapanes grandotes como cocos maduros.
Más que contento, Juanito se encaminó, ahora sí directo a su destino, dejando atrás los peces, el río y a sus amigos animales.
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