lunes, 9 de abril de 2012

capítulo sexagésimoprimero: cámara

¿Será que hay coincidencias? ¿qué pensar, por ejemplo, de la conjunción de tres eventos, aparentemente coincidentes, (uno muy íntimo, por su naturaleza familiar y con ello quiero decir: de lazos de sangre, de orgullo de padre, de fascinación por las inquietudes de nuestros hijos; otro más, también un tanto familiar, porque envuelve también a un miembro de mi familia, es más al mismo del primer evento; y un último, muy propio, aún cuando ajeno en gran parte, pero que viene a explicar literariamente todo lo anterior) en un solo día?

El día (domingo de pascua), cuando la Petoúlquina decidió utilizar por primera vez la cámara, obsequio de su madre, y le pidió a su padre, el tal Petoulqui, que le regalara un rollo por tal motivo; es decir, el día en que la Petoúlquina tomó, no sus primeras fotos pero sí, las primeras fotos con "su cámara", y que lo hizo de manera concienzuda, tratando de aprender la técnica de su padre (quien, por cierto, no es un Peto Parker de la fotografía, recordando al amistoso vecino arácnido). Ese día en particular, una mujer desconocida, posiblemente turista, probablemente desconocedora del idioma español, decidió a su vez tomarle a la Petoúlquina una, primera y única, foto, para añadirla a su colección personal (la de la turista, pues); toma fotográfica, la cual tomó por sorpresa al Peto (nótese mi tendencia a redundar), quien no supo si tratar de detener la acción, dejarla ser, o qué. Luego, el Peto reflexionó acerca del hecho y justificó su omisión en cuanto a que la Petoúlquina, al momento de ser fotografiada, estaba siendo maquillada para parecer una gatita (ya saben Vds., le estaban pintado la carita; pintacaritas se llama esa forma de arte). La inexperiencia del Peto con respecto a la fotografía (no total inexperiencia, pero hasta cierto punto), lo hacía preguntarse si era válido que un desconocido lo capte a uno sin pedirle permiso primero. Inevitable la paranoia surgida en él por la imposibilidad de no sentirse observado todo el tiempo en esta sociedad orwelliana que habitamos y completamente frustrado su anhelo de privacidad, de respeto al espacio personal de cada uno.

Pero, en fin, ni la Petoúlquina pareció molestarse por el hecho de ser captada en esa toma, ni la turista pareció pretender más que captar lo "pintoresco" de Guatemala, a través de fotografiar a una niña del país (o tal vez pensó, simple y llanamente, que la niña era muy linda; más orgullo de padre, vos diréis); así que el Peto, a lo mejor, debió dejar pasar el suceso sin mayores miramientos. Ahora bien, en su fuero interno deseó que la fotografía hubiera sido saboteada por la misma intrusión del suceso, y que en ella aparecieran todos los elementos de la toma, exceptuando a la Petoúlquina. Pero esto no es más que un triste consuelo petoulquiano.

Bien, el tercer evento fue que el Peto comenzó a leer "Las babas del diablo" de Cortázar. Y, claro, no les voy a decir de qué se trata el cuento, pues nunca me han gustado los "spoilers"; si a Vds. les interesa buscarán la referencia (que cuando yo las hago, nunca son en vano), y quizás entiendan porqué me pareció todo esto tan coincidente.

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