Cuando a Peto le extrajeron la cordal inferior izquierda, el cirujano le explicó: "Tuvimos problemas para extraerla porque sus raíces estaban retorcidas y orientadas en direcciones opuestas."
"Eran raíces quiméricas." Pensó Peto; y no le extrañó, porque todo en él es sinuoso.
¿Sinuoso? Tortuoso sería quizás un sinónimo más apropiado por lo torturado de su espíritu melodramático.
Mientras le retiraban esa parte de él, la muela de la sabiduría (wisdom tooth, porque aparece con la "madurez", jaja) como le llaman los anglosajones, Peto no podía evitar pensar en lo frágiles que somos los humanos y cuán fácil es desbaratarnos y recordarnos nuestra material existencia. Así que le desprendían una parte de sí, reflexionaba en que él no era (no es) sino un montón de huesos, músculos, vísceras y nervios, una especie de máquina (¡¡¡¿extraordinaria?!!! ¿a quién se le ocurre?). Y como cualquier máquina podía (y puede) ser desmantelado y desechado. Fue imposible para Peto el no sentirse cosificado, puesto en su lugar en el universo (que conspira para nuestra felicidad).
Las cordales superiores fueron presa fácil del exodoncista (¿neologismo, o ya existe esta palabra?) lusiférgico. Tardó como quince minutos en sacar las dos.
Pero la inferior derecha, aún cuando tomó menos tiempo en salir, implicó una operación más traumática.
Al carajo, después de tres, una más ya no nos asombra tanto. Claro, las raíces de ésta eran tan sinuosas, tan tortuosas, tan quiméricas, que algo de eso debió dejar a Peto con los pedazos de calcio que se le desprendieron; pero no, sólo se fue un cuarto más de su juicio. La quimera sigue ahí, en la sima que quedó tras la excavación, tan profunda y pavorosa como el hoyo de la zona 2.
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