sábado, 1 de mayo de 2010

Cuento original: El conejo saltó (5 de 5: final)

5

Cada vez se olvidaba más. Así lo había querido. Él buscó hundirse en el olvido, en la oscuridad más absoluta. Quería huir de la memoria, del pasado que le perseguía como el más tenaz cazador.

A cada salto que él daba, el pasado ya estaba sobre él. Claro es, el pasado estaba siempre a la zaga. Eso era lo malo, que a la zaga o como fuera, siempre estaba, siempre. El pasado era implacable. Era como si él, aún cuando iba adelante, atizara al pasado por detrás. Pero no, sin distorsiones de lo lineal, se podría decir que él jalaba del pasado como un caballo tira de una carreta.

Cada vez se olvidaba más de quién era él, de qué era. No quería ya saber de donde venía, ya no quería tener a donde ir, ya no quería querer.

Comenzó a hundirse y se olvidó de los porqués y para-qués. Ya no comía por apetito o para nutrirse, lo hacía por costumbre.

Así, un día se olvidó de por qué huía y para qué. Y simplemente huyó.

Pero ahora ocurría lo inverso, estaba recordando, no porque quisiera sino porque así es la vida: impredecible.

Ahora recordaba que tenía miedo, recordaba porqué lo tenía. Y sentía angustia, pensaba acerca del pasado (con remordimiento) y acerca del futuro (con ansiedad).

En determinado momento se preguntó algo que, al siguiente instante quiso olvidar, “¿quién soy?”

...

El conejo saltó. Siempre había estado al borde, pero se aburrió de estar así. Saltó al vacío y cayó, pero no se estrelló contra el suelo, solamente siguió cayendo. Ya una vez había experimentado el ir hacia abajo, siempre más y más hacia lo profundo, pero ahora era distinto...

De la oscuridad, de la boca negra y redonda, antítesis de la blanquísima esfera de la luna, un conejo saltó. Todos los niños le aplaudieron al mago que acababa de hacerlo aparecer, sacándolo de su chistera, extrayéndolo de la nada, donde todo simplemente cae sin tocar fondo.

Sí, el conejo, blanquísimo, contrastante con la negrísima y lustrosa chistera, asomó primero el hocico, con su bigotes, luego sus ojos rojos, y después, perdiendo toda la timidez, como si cambiara de piel, de piel de conejo, tomando impulso...

El conejo saltó.

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