"Le confesaré, María, que el hecho de que Inglaterra no me acabe de gustar nada, ni en sus hombres ni en su cocina, depende, en parte, de mí mismo. Llegué de mi tierra con una buena provisión del mal humor y buscaba solaz precisamente en un pueblo que mata su aburrimiento con el vértigo de la actividad política y mercantil. La perfección de las máquinas, que allí se aplican en todas partes y que toman a su cargo muchas operaciones, antes reservadas a los hombres, me producía un efecto siniestro. Ese mecanismo artificial de ruedas, palancas, cilindros y miles de clavos, ganchos y dientes pequeños, que se mueven casi apasionadamente, me llenaba de horror. Lo preciso, lo exacto, lo medido, la puntualidad con que se realiza la vida de los ingleses no me atemorizaba menos. Pues si en Inglaterra las máquinas nos parecen hombres, los hombres, a su vez, nos parecen máquinas. Dijérase que la madera, el hierro y el latón han usurpado el espíritu del hombre y se han vuelto casi locos de puro exceso espiritual; mientras que el hombre, desespiritualizado, realiza como un espectro, maquinalmente, sus negocios habituales, toma en el preciso momento sus biftecs, pronuncia discursos parlamentarios, se cepilla las uñas, monta en el Stage Coach o se ahorca."
Heine, Heinrich. Noches Florentinas, Segunda Noche.
2 comentarios:
Si no me escuchan, todos vamos a morir, jajajaja o las maquinas.
"John Connor: If we stay the course, we are dead! WE ARE ALL DEAD!"
Jajajajajajaja.
Publicar un comentario