lunes, 19 de abril de 2010

Cuento Original: El conejo saltó (1 de 5)

1

Ve a la luna: su ojo y ella brillan sin luz propia. Si la fuente de luminosidad de la cual dependen se apagara, tanto el órgano visual como el satélite, inevitablemente, también lo harían; son poca cosa, son dependientes.

...

La luna llena brilla azul en el firmamento; es como un ojo gigantesco observándolo todo, porque puede fijar su vista en los trescientos sesenta grados de la bóveda celeste (si se la partiera en dos, cada mitad del ojo lunar, abarcaría ciento ochenta grados, es decir, cada uno poseería una visión periférica. Pero no, la luna es una).

El globo brilla cada vez más y se infla; ahora, en su pureza, que se ha tornado blanca, aparece una mancha, la mancha crece hasta casi cubrir por completo la esfera. Crece y decrece, palpita, parece que el ojo se acercara y alejara alternativamente, un juego óptico causado por la luz que encandila y, de repente, casi se apaga, cubierta por la negra sombra de la mancha.

La mancha parece un ser desarrollándose; crece y su forma cambia. Es un embrión... ahora un feto, ni más ni menos... pero, ¿un feto de qué?

En estado fetal todos los seres parecen más o menos iguales, su cerebro, su espina dorsal, sus extremidades son similares, así que todavía no es posible distinguir su especie. El feto, la mancha, nada como un pez en la luz de la esfera, como un pez en su pecera.

Sus ojos son como dos lunas, no como una sino como dos, como una luna partida a la mitad, como dos mitades de luna pegadas en la cabeza de un ser, de un ser como todos los otros, el cual se alimenta, excreta, se mueve, porque es animal; un ser que todos los días siente cuando el sol roza el oriente y que cada noche contempla la luna, o siente nostalgia cuando ella no está.

Esos ojos, como mitades de luna, brillando ante la luz, ocultos en la oscuridad pero, ante todo, siempre observando, siempre, como si no tuvieran párpados.

La forma de la mancha, finalmente, comienza a definirse...



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