"Odio las normas." Exclamó Petoulqui.
"Y, ¿cómo es que si odiás las normas se te ocurrió estudiar Derecho?" Le preguntó Tato, su hermano, casi un abogado.
Nunca, jamás, en todo este tiempo P. había pensado siquiera una vez en lo anterior. Era cierto, cómo era posible que alguna vez estudiara Derecho, si él ni siquiera soportaba la más mínima normativa.
Todo se originó mientras P. comentaba que él en su adolescencia era muy aficionado al Dibujo, y que cuando hacía un claroscuro nunca se preocupaba por distribuir la sombra, la penumbra y el reflejo de la luz de manera ordenada, sino a su antojo.
"Es que, odio las normas." Dijo P., "No puedo seguir ninguna clase de formalismo."
Fue entonces cuando Tato hizo su pregunta, y ésta a su vez respondió una inquietud que había estado creciendo dentro de P. desde hacía tiempo. Cómo él, que era tan sinuoso, pudo estudiar derecho. Era algo bastante contradictorio, ciertamente.
Pero, he ahí la respuesta porque, si bien P. era sinuoso y no derecho, por otra parte, P. era terriblemente contradictorio ("Terriiible", diría Mephisto).
martes, 29 de abril de 2008
viernes, 25 de abril de 2008
Paréntesis: ¿Qué es lo que hace bueno a un libro?
Se ha celebrado el día del libro.
A decir verdad, no soy muy partidario de los días que celebran a algo o a alguien particularmente, me sumo a quienes dicen que todos los días deberían de ser día de la madre, del padre, del niño, y parafraseando las palabras del Maestro Enrique Anleu Díaz, incluso del chucho (pero no del perro muerto, eh), se me hace que todos los días (al menos para mí y algunos otros) son el día del libro, aún cuando haya días y hasta semanas en que ni siquiera toco un libro.
Y con tanta algarabía (sí, claro... es que por estar leyendo El niño con pijama de rayas de John Boyne, como él diría, ya me aficioné al sarcasmo), con todo el entusiasmo (no sé por influencia de quién, pero parece que también me he aficionado a la exageración, será que leo la perspectiva de la realidad nacional e internacional que nos plantean los periódicos y demás medios de comunicación masiva), con toda la importancia (bueno, a este punto supongo que habré perdido mi poca lucidez) que se presta a la lectura y a los libros en nuestro país, pues no me queda más remedio (siempre por supuesto con la intención de promocionar este blog, para que pierda su auténtica naturaleza underground... por lo desconocido y no por lo no comercial) que escribir algo sobre el tema.
Y así, he escogido para ensayar la cuestión ¿qué es lo que hace bueno a un libro?
¿Será que tiene algo que ver con el hecho de ser un best seller? No lo creo, la verdad, de hecho en mi caso, yo huyo de estos llamados best seller. No me parece que algo por muy difundido y conocido sea mejor. ¿Acaso la mayoría siempre tiene la razón? Me parece que no.
¿O será que el hecho de que el autor haya sido premiado hace que su obra sea mejor? ¿Será que se premia a las mejores obras? Tampoco lo creo.
Pero, ¿podría ser que los temas exóticos o el lenguaje rimbombante con el que los desarrolla el autor garanticen la calidad literaria? Nel, pastel.
Entonces, ¿qué...? ¿qué es lo que hace bueno a un libro?
En Futuros Recuerdos, Anabea planteó en su artículo sobre el día del Libro, algo que he tomado como cierto desde hace tiempo, ella escribió que los mejores libros son los que la hacen pensar y reflexionar. Comparto ese criterio. En Rayuela, el personaje de Cortázar, Morelli (A Cortázar su Morelli como a Julio P. su Petoulqui J.; esa no se la sabían ¿eh? Petoulqui tiene un apellido que inicia con J...), planteaba que la novela o antinovela que quería escribir era una para hacer pensar, para problematizar, enfatizando el hecho de que el lector débil lo que quiere es una obra que le resuelva los problemas, de ninguna manera quiere una que le complique.
Me he dado cuenta que los actuales best seller tienden a dar soluciones "irreales" y, por supuesto, fáciles ante la realidad actual (¿se puede plantear así? ¿es real la actualidad? ¿actual la realidad? en fin...). ¿Cuál es la intención del arte en general y de la literatura en particular?
Ante lo anterior, tampoco me complace la premisa que el simple hecho de leer coadyuva al desarrollo de la humanidad, no me parece que la lectura de ciertas obras aporte nada.
Parece que se torna como ese consejo de ciertas personas que dicen que hay que seleccionar las amistades, si un libro es un amigo, habría que fijarse qué clase de amigo.
Igual, no he respondido a mi pregunta, ¿qué es lo que hace bueno a un libro? A decir verdad, creo que la palabra "bueno" implica que la interrogante está mal planteada. Parafraseando a Wilde, (como lo hiciera el cuervo hace unos días), el arte no es bueno ni malo, moral o inmoral, simplemente está bien o mal hecho.
Ya habrá más peroratas al respecto...
viernes, 18 de abril de 2008
capítulo octavo: la visita de l'etranger
"Hola, Meursault." Saludó Petoulqui.
"Hola, Petoulqui." Replicó Meursault.
Quién sabe cómo, ambos sabían el nombre del otro, aún cuando nunca se habían visto en su vida, y quizás nunca más se volverían a encontrar.
Evidentemente, Il Fatum, como le llamara M. (No Meursault sino Mephisto), algo tenía que ver en todo esto. Pero no Il Fatum que nos afecta a nosotros, digo a Vds. y a un servidor, más bien Il Fatum propio de P. que además es su Realidad (Sí, la Realidad Petoulquiana).
"¿No te parece extraño, Meursault, que aún siendo la primera ocasión en que nos encontramos, ambos sepamos el nombre del otro? Digo, vos el mío y yo el tuyo?" Cuestionó Petoulqui al forastero (o será más bien "El Extranjero", como el de Camus?).
"La verdad me da lo mismo." Respondió Meursault. "De hecho, es únicamente lo que es, es así y no al contrario. Pero, por otra parte, Petoulqui, creo que no es la primera vez que te sucede algo así. ¿Qué opinás, Julio?"
Y yo respondo, "Pues, a decir verdad, creo que quizás sea ésta la primera vez que le suceda algo así a Meursault. Conmigo, la segunda. Para vos, Petoulqui, ésta, con Meursault, es la segunda, porque la primera fue conmigo."
Y Petoulqui sonríe, porque aún cáustico, amargado, a veces envejecido, todavía se puede dejar llevar por el asombro, como un niño. Y yo sonrío con él, porque... pues, por lo mismo... porque, además, así son las cosas. Esto es lo que es y no otra cosa.
Meursault se ha ido y, por supuesto, no se ha despedido. No es que sea descortés, es que le daba lo mismo. Es a Petoulqui y a mí a quienes nos gustan las despedidas, esas que indican que nunca nos queremos ir, porque si quisiéramos largarnos, pues, simplemente lo haríamos.
"Hola, Petoulqui." Replicó Meursault.
Quién sabe cómo, ambos sabían el nombre del otro, aún cuando nunca se habían visto en su vida, y quizás nunca más se volverían a encontrar.
Evidentemente, Il Fatum, como le llamara M. (No Meursault sino Mephisto), algo tenía que ver en todo esto. Pero no Il Fatum que nos afecta a nosotros, digo a Vds. y a un servidor, más bien Il Fatum propio de P. que además es su Realidad (Sí, la Realidad Petoulquiana).
"¿No te parece extraño, Meursault, que aún siendo la primera ocasión en que nos encontramos, ambos sepamos el nombre del otro? Digo, vos el mío y yo el tuyo?" Cuestionó Petoulqui al forastero (o será más bien "El Extranjero", como el de Camus?).
"La verdad me da lo mismo." Respondió Meursault. "De hecho, es únicamente lo que es, es así y no al contrario. Pero, por otra parte, Petoulqui, creo que no es la primera vez que te sucede algo así. ¿Qué opinás, Julio?"
Y yo respondo, "Pues, a decir verdad, creo que quizás sea ésta la primera vez que le suceda algo así a Meursault. Conmigo, la segunda. Para vos, Petoulqui, ésta, con Meursault, es la segunda, porque la primera fue conmigo."
Y Petoulqui sonríe, porque aún cáustico, amargado, a veces envejecido, todavía se puede dejar llevar por el asombro, como un niño. Y yo sonrío con él, porque... pues, por lo mismo... porque, además, así son las cosas. Esto es lo que es y no otra cosa.
Meursault se ha ido y, por supuesto, no se ha despedido. No es que sea descortés, es que le daba lo mismo. Es a Petoulqui y a mí a quienes nos gustan las despedidas, esas que indican que nunca nos queremos ir, porque si quisiéramos largarnos, pues, simplemente lo haríamos.
jueves, 17 de abril de 2008
capítulo cero: de cómo apareció el tal petoulqui
En el primer capítulo, avisado(a)s lectores, expliqué que Petoulqui nació en mi mente, pero según veo, hay todavía algunas personas inquietas por averiguar cómo fue que surgió este ente.
Se preguntarán, me imagino, si ha salido de la nada. Y yo les responderé, de la nada nada ha salido. Todo ha salido de algo, algo ha salido de todo, y de todo nos proponemos tratar en este blog.
Voy, entonces, a describir cómo fue que vino a la existencia este tal Petoulqui el cáustico.
…
Estaba un día escribiendo en el computador y repentinamente, con significado y todo, se presentó ante mí el nombre del que nos ocupa. Apareció en una "verificación de la palabra", letra por letra.
Lo supe inmediatamente, sin ninguna duda, que no era cualquier palabra sino la palabra indicada, un sustantivo propio, el nombre de alguien a quien yo conocía hacía mucho tiempo sin saberlo y viceversa.
Así fue cómo llegó.
El tal Petoulqui es, por tanto, un ente virtual, tiene carácter cibernético. Pero, para nuestros usos, es tan "real" como su servidor (aún cuando esto garantice nada realmente, porque realmente, ¿qué es real y qué no lo es? nada... supongo).
Ahora he establecido el dónde y el cómo. El porqué lo podemos dejar para después...
Se preguntarán, me imagino, si ha salido de la nada. Y yo les responderé, de la nada nada ha salido. Todo ha salido de algo, algo ha salido de todo, y de todo nos proponemos tratar en este blog.
Voy, entonces, a describir cómo fue que vino a la existencia este tal Petoulqui el cáustico.
…
Lo supe inmediatamente, sin ninguna duda, que no era cualquier palabra sino la palabra indicada, un sustantivo propio, el nombre de alguien a quien yo conocía hacía mucho tiempo sin saberlo y viceversa.
Así fue cómo llegó.
El tal Petoulqui es, por tanto, un ente virtual, tiene carácter cibernético. Pero, para nuestros usos, es tan "real" como su servidor (aún cuando esto garantice nada realmente, porque realmente, ¿qué es real y qué no lo es? nada... supongo).
Ahora he establecido el dónde y el cómo. El porqué lo podemos dejar para después...
capítulo sexto: las petunias
El señor Petoulqui se reencontró con las señoritas Petunias, sus primas.
Aquí es donde Vd., lector(a) tan estimado(a), podría decir mentalmente, "Ah, Petoulqui tiene familia." Y agregar, "¿Serán tan cáusticas como él?" Finalmente, "¿Cómo está eso de Sr. Petoulqui? ¿Desde cuándo pasamos del tal Petoulqui al Sr...?"
Si Vd. no se ha hecho estos cuestionamientos, la verdad es que yo sí, exceptuando el porqué del "Sr. Petoulqui". Es así como le llaman las Sritas. Petunias al tal Petoulqui. De hecho, cada Petunia tiene su nombre, mas por hoy me los reservaré.
...
Como dije, el tal Sr. Petoulqui (para escribir eclécticamente) se ha reencontrado con sus primas las Sritas. Petunias, y fue una ocasión de mucha alegría para él. Y creo que también para ellas. Es inefable el intercambio de palabras entre ellos, por supuesto cargadas de terminologías complicadas y con segundos y más fines que el aparente, ¿cómo evitarlo, a fin de cuentas?
Algo importante para P. el C. es la familia. La familia es primero. Pero, como todo, esto lo ve de una manera muy particular.
domingo, 6 de abril de 2008
capítulo quinto: perro muerto
Este relato lo dedico a Oswaldo J. Hernández, fuente de inspiración. Y reconozco la influencia directa e indirecta de su artículo El Niño Abimael, publicado en La Virtual Alteridad.
...
Petoulqui camina por la semidesierta universidad de San Carlos en un día domingo, sufriendo las inclemencias de un sol de pasado meridiano, siente sed, agotamiento; cada paso es más difícil que el anterior, se siente enfermo. El resfriado no le sienta bien.
Y mientras sigue su caminata tratando de alcanzar esa lejana parada de autobús que lo lleve de vuelta a su entorno natural, eso es la zona 1, recuerda cuando recorría a pie, cada tres días, el kilómetro que separa el puente ese de Amatitlán hasta la Ceiba que está justo antes de una gasolinera.
También hacía calor a veces, pero en esa época se sentía más vigoroso.
Ahora bien, lo fundamental de ese recuerdo es la imagen, con todo y olor, del cadáver de un perro al lado del camino. Es difícil olvidar esa clase de cosas, especialmente el olor. Petoulqui conoce el olor de la muerte, la primera vez lo percibió en la morgue del organismo judicial para aquella jornada de Medicina Forense. Quizás esa fue la primera vez que se dio cuenta de que un cadáver puede ser como una máquina inservible que se desarma. Sus concepciones de la vida y la muerte cambiaron ese día.
Pero, no hay que subestimar lo del perro, aún cuando pasó unos años después, el perro muerto le enseñó a Petoulqui, de una manera empírica, lo que es el proceso de descomposición: primero, estaba el perro completo, con el cuerpo maltrecho, con los ojos salidos y la sangre coagulada, pero completo; luego, el cuero sobre los huesos; y finalmente, los huesos solos. Y la mayoría del tiempo percibió el olor, ese inconfundible olor macabro.
Cualquiera, al ver al perro en su descomposición podría pensar, "¿y eso es la vida?" No, eso es la muerte, al menos la muerte física, la decadencia.
Qué frágiles hilos separan a esos malolientes cuerpos en descomposición de los seres animados.
No es que Petoulqui se ponga sentimental, no. Simplemente leyó algo que le trajo un recuerdo, una reminiscencia de la triunfante danza macabra...
Bueno, a lo mejor Petoulqui sí se puso algo sentimental, pero sólo un poco...
viernes, 4 de abril de 2008
Cuento Original: El Borracho
Estaba sentado en un café-bar tomándome un chocolate.
Entró un borracho. No le dirigí la mirada porque sabía que, si lo hacía, íbamos a iniciar una conversación y no me gusta hablar con ebrios.
El sujeto repetía con voz fuerte, “¿Le caigo bien? ¿Verdad que le caigo mal? ¿Le gusto?”. Y, finalmente, quizás la frase más significativa, “¿Hay alguien aquí que me quiera?”.
Como me encontraba solo, empecé un diálogo con mi mano derecha. El borracho se dio cuenta y exclamó: “¡Eso es hablar!”.
Sin verlo a los ojos, asentí.
“¿Te caigo mal?”, me preguntó.
Moviendo la cabeza hacia los lados (aún sin verlo), le respondí que no.
“¿Amigos?”, me interrogó.
“¿Por qué no?”, pensé yo. Y con un ambiguo movimiento encefálico le comuniqué lo que podría pasar por un sí. Pero no le hablé.
Repentinamente, pagó su cerveza y aparentemente se disponía a partir, cuando me dirigió la palabra y yo me sorprendí respondiéndole.
“¿Dos cervezas?”, me ofreció emocionado.
“No esta noche”, le respondí.
De esa manera surgió una charla más que menos superflua. Me pareció el sujeto extrañamente familiar.
Cuando me cansé del local, le dije, “Me voy, ¿te quedás?”. Uno de los clientes que estaba en la barra me pidió que me lo llevara.
“Esa es la peor forma de utilitarismo que haya escuchado en mi vida”, le respondí indignado, una cosa era lo que yo decidiera y otra muy diferente la imposición de la voluntad de otro sujeto.
Pagué, me dirigí a la puerta y le hice una seña al ebrio para que me siguiera pero, no se movió.
Lo miré fijamente y quedé estupefacto:
¡Era a mí mismo completamente borracho a quien veía! El otro era como yo pero fuera de mí, o yo como él pero aparte.
Como ya dije, no me agrada hablar con borrachos. Ni cuidarlos.
Ya he dicho alguna vez que ninguna persona tiene que cargar con mi estupidez.
Así que me despedí, “Entonces es adiós”. Algunas personas me vieron fijamente cuando dije esto. Y el borracho se quedó solo para arreglárselas con los "bohemios".
Entró un borracho. No le dirigí la mirada porque sabía que, si lo hacía, íbamos a iniciar una conversación y no me gusta hablar con ebrios.
El sujeto repetía con voz fuerte, “¿Le caigo bien? ¿Verdad que le caigo mal? ¿Le gusto?”. Y, finalmente, quizás la frase más significativa, “¿Hay alguien aquí que me quiera?”.
Como me encontraba solo, empecé un diálogo con mi mano derecha. El borracho se dio cuenta y exclamó: “¡Eso es hablar!”.
Sin verlo a los ojos, asentí.
“¿Te caigo mal?”, me preguntó.
Moviendo la cabeza hacia los lados (aún sin verlo), le respondí que no.
“¿Amigos?”, me interrogó.
“¿Por qué no?”, pensé yo. Y con un ambiguo movimiento encefálico le comuniqué lo que podría pasar por un sí. Pero no le hablé.
Repentinamente, pagó su cerveza y aparentemente se disponía a partir, cuando me dirigió la palabra y yo me sorprendí respondiéndole.
“¿Dos cervezas?”, me ofreció emocionado.
“No esta noche”, le respondí.
De esa manera surgió una charla más que menos superflua. Me pareció el sujeto extrañamente familiar.
Cuando me cansé del local, le dije, “Me voy, ¿te quedás?”. Uno de los clientes que estaba en la barra me pidió que me lo llevara.
“Esa es la peor forma de utilitarismo que haya escuchado en mi vida”, le respondí indignado, una cosa era lo que yo decidiera y otra muy diferente la imposición de la voluntad de otro sujeto.
Pagué, me dirigí a la puerta y le hice una seña al ebrio para que me siguiera pero, no se movió.
Lo miré fijamente y quedé estupefacto:
¡Era a mí mismo completamente borracho a quien veía! El otro era como yo pero fuera de mí, o yo como él pero aparte.
Como ya dije, no me agrada hablar con borrachos. Ni cuidarlos.
Ya he dicho alguna vez que ninguna persona tiene que cargar con mi estupidez.
Así que me despedí, “Entonces es adiós”. Algunas personas me vieron fijamente cuando dije esto. Y el borracho se quedó solo para arreglárselas con los "bohemios".
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