Cuando era un poco más joven, en noviembre primero del año dosmildós, nos encontrábamos Víctor, Pepín, Robertío y yo, sentados en una banca del parque de la "Antigua Vida Mía". Todos somos parientes, llevamos el mismo apellido, al principio o al final, y cae sobre nosotros, al menos tres cuartas partes de los mencionados, el peso de los malditos designios...
Comenzaba a oscurecer en el Valle de Panchoy, y se encendían las tenues luces del alumbrado público. De una manera nada indiscreta, observábamos a dos extranjeros, hombre y mujer (en democrático orden alfabético), quienes ocupaban una misma banca, a cierta distancia de la nuestra (por mera posesión, no había en el asunto nada relacionado con la propiedad privada). El extranjero (no era Mersault) estaba sentado en un extremo y la extranjera en el opuesto. Ella leía un libro y él se ocupaba en sacar algo, no recuerdo si de su mochila o de una bolsa más pequeña: papelillos para cigarrillos y tabaco. Se puso a armar el pitillo y, quién sabe cómo, cautivó la atención de la lectora. En un segundo el sujeto había roto el hielo (supongo que "fracturado" sonaría más elegante).
"Es un maldito designio", dijo Pepín. Le pregunté a qué se refería y me explicó su teoría de que para algunos tipos todo estaba arreglado (para ellos sería un "bendito designio", concluyo ahora), pero para sujetos como nosotros: nel, papá. Resulta que tanto Pepín como Víctor y un servidor, éramos un fracaso en cuanto a entablar relaciones con el género femenino. Era como si no supiéramos ni por donde comenzar. Por lo menos, a Pepín y a mí, nos habían "conquistado", digamos, quienes fueran nuestras parejas. Y por ahí parecían ir las demás experiencias de los presentes.
Tiempo después le conté a Lusifergua lo de los "malditos designios" y a él le pareció que era nuestro deber cívico enunciar una serie de éstos para prevención de los incautos. Ahora revisados, y sin mayor fe en su validez, he decidido publicarlos:
1. La mujer que me gusta siempre escoge como pareja al tipo más pendejo (salva excepción de que me escoja a mí).
2. Siempre le gusto a una mujer que no me gusta (e invertido: siempre me gustan mujeres a quienes no les gusto).
3. En un lugar donde no conozco a ninguno de los presentes, se aparece, repentinamente, el tipo más odioso que conozco; y me saluda y se acerca a hablarme, claro está.
4. (Variación del primero) Me gusta la pareja de un amigo (lo cual es una situación incómoda pero inocua si no hay reciprocidad, pero de gran gravedad en caso contrario).
5. (Variación del primero) La mujer que me gusta sigue enamorada de su ex – maldito designio número uno.
6. (Variación del primero y el tercero en combinación) En un lugar donde no conozco a nadie, me encuentro al tipo más odioso que conozco, cuya pareja comprueba mediante su elección la premisa del maldito designio número uno.
7. (Variación del primero combinado con el cuarto) Me gusta la pareja de mi amigo quien, más allá del afecto, es un pendejo. (Este maldito designio es llevado a su forma extrema cuando quien me gusta es la novia de mi mejor amigo)
Cada uno de los siete malditos designios puede encontrar combinaciones insospechadas, las cuales comprueban su veracidad fidedigna. (Por cierto que anoche leía como las ideologías y escuelas de pensamiento que, generalmente, no aportan medios de verificación ni practican la verificación de sus teorías, recurren sin embargo a la modificación de las mismas en cuanto aparecen hechos que las desmienten. No vaya a creerse que este es el caso de los anteriores enunciados tan llenos de verdad y que Vd. puede comprobar en la práctica...)
Ahora bien, hay un problema con esta palabra
"designio". En todo caso, ¿qué es un designio? Según el
DRAE:
"Pensamiento, o propósito del entendimiento, aceptado por la voluntad."
Aún cuando pueda ser cierto que todos los fracasos en interrelaciones personales sean mi responsabilidad, me niego (absurdamente) a aceptarlo. Es decir, no acepto ni reconozco que el desacierto romántico se deba a una actitud mental y que los malditos designios me los acarree yo mismo. Así que, buscando cualquier alternativa (igualmente absurda), he aquí mi infundada y descabellada explicación acerca del origen de los malditos designios:
Como un designio sea un pensamiento o un propósito aceptado por la voluntad y no quiero atribuirlo a la propia, se la endoso al
"hado" , esa misteriosa fuerza que dirige los destinos de nosotros pobres mortales. Y como me he encontrado con la
panacea, se la recomiendo a todos. De esta manera, cuando un niño no lleve la tarea y el maestro muy enojado le pregunte el porqué, el niño podrá responder, "por el hado", y salvar la honra y el pellejo. El hado, ya lo vemos, excluye de toda responsabilidad social e individual. Pero, ya sé que esta actitud de refugiarse en el hado, esta carencia de respeto por la inteligencia y sensibilidad ajena es solamente digna de un petoulqui, así que Vd. siga siendo responsable y yo seguiré mi'ado...