Mientras el cáustico Petoulqui viajaba a bordo de una camioneta (unidad de servicio de transporte urbano, como diría el Pashaco), la cual transitaba sobre la avenida Reforma con dirección hacia la zona 1 de nuestra querida ciudad capital (o Guatemala City, como se le conoce en el extranjero), escuchó un sonido(vaya, y qué más podría escuchar, eh), uno que no había percibido, según pensó, en mucho tiempo y, el cual le produjo una cierta nostalgia (Sehnsucht, diría Milan Kundera, citado por mi compadre), de esas que duelen en el corazón y que a un tiempo son tan dulces.
Podía evocar la escena con exactitud, el cielo naranja por el ocaso, o quizás por el espectro artificial del alumbrado público, y entre el ruido de los automotores se percibía el canto enloquecido de las aves en las copas de los árboles y, si uno prestaba atención, podía ver a los pájaros volar de rama en rama y cambiar su habitación de la noche(aún cuando, ahora que lo pienso, como quien dice en mi perspectiva de adulto, cada ave debe de tener su nido), o(corrigiendo la anterior inexactitud) visitando a sus amistades y cuchicheando chillonamente en lo que he dado en llamar "Fiesta de Pájaros", por supuesto haciendo referencia al Capricho Español de Jesús Castillo. Supongo que por esto me gusta tanto esta composición.
Entonces, mientras avanzaba la "unidad" el cáustico Petoulqui prestó mucha atención, y poco a poco fue eliminando de su interés cada sonido que no fuera esta fiesta de pájaros, hasta que abandonó el área de la celebración y con ello su recuerdo se volvió una vez más olvido.