"Pero, ¿qué has hecho, Vidas? ¿por qué lo hiciste? Ahora, ¿cómo podremos explicarle este desastre al Cid?", preguntaba angustiado Raquel.
Vidas no sabía cómo responderle, aun cuando cada pregunta tenía, por lo menos, una respuesta simple.
La primera respuesta: Vidas había abierto una de las arcas que Martín Antolínez les dejara empeñadas a cambio del dinero que le prestaran al Cid Campeador.
La segunda respuesta: (podrá parecer un tanto obvio...) Vidas abrió el arca porque ya no pudo resistir la curiosidad; decididamente, quería saber qué tesoros estaban escondidos dentro. Pero, cual caja de Pandora truncada, Vidas se encontró con que esa arca guardaba todas las desgracias del Mundo... y ninguna esperanza. A menos que la arena pudiera convertirse en oro, plata y piedras preciosas.
Al abrir el arca y encontrarse con la arena, Vidas perdió toda esperanza. Ya podía visualizarse a sí mismo, junto a Raquel, sufriendo alguna clase de infamante tortura, pereciendo en alguna forma de muerte horrible o, peor aún, teniendo que perdonar la deuda que el Cid había contraído para alimentar a sus vasallos. Y esto último, la condonación de la deuda, era, quizás, la posibilidad más chocante. Perdonar una deuda era un contrasentido. ¿Qué pasaría si todas las deudas se perdonaran? Esto era imposible por una cuestión de principio.
Ahora bien, la tercera pregunta era la más complicada de responder. Desde luego que para ésta también la respuesta podía ser simple: le dirían la verdad. Vidas rompiendo el solemne juramento que habían pronunciado, abrió una de las arcas del Cid y se encontró con un montón de arena, en vez de los tesoros que el arca encerraba.
Era obvio lo que había sucedido...
Vidas había conseguido, por su falta de constancia, atraer sobre sí este escarmiento. Literalmente, los tesoros se le hicieron como arena entre los dedos. Al contrario del mítico Rey Midas, quien obtuvo el toque del oro, Vidas había obtenido el toque de la ruina.
Sin embargo, su mente concibió un plan. Lo que harían sería cerrar el arca y sellarla nuevamente, y la entregarían así al Cid. Si la bajeza de Vidas había tornado la riqueza en ruina, la nobleza del nacido en buena hora retornaría la ruina en riqueza.
Al escuchar el plan de Vidas, Raquel pensó que era aún peor que el romper el juramento. ¿Quién sería capaz de acción tan vil como entregar un arca llena de arena haciéndola pasar por un tesoro?
Pero, Vidas insistió en que no sería un embuste, porque la arena era tal únicamente como castigo por la falta, pero una vez en poder de su dueño, tornaría a su forma anterior.
Raquel se encontró ante una reflexión personal bastante extraña, "la arena, antes ha sido tesoro; ahora volverá a su forma de tesoro. ¿Cuál es, entonces, su materia constante?"
...
- ¿Y qué pasó al final?
- Me creerás que ya no recuerdo, es que hace mucho tiempo que leí el Poema de Mio Cid. Y no tengo idea si en algún momento vuelve a hacerse mención de los prestamistas...